nazho medina.

Don Jorge nació en Tlaxcala hace ya algunos años, dicen por ahí que como 67, pero nadie sabe a ciencia cierta hace cuantos.
Desde pequeño tuvo un gusto por la música comparable a lo que una niña de quince años puede sentir por el niño nuevo de su clase, en particular y después de algunos años descubrió que lo suyo era el acordeón, y claro, la música norteña.
Con el tiempo, vaya usted a saber como, se hizo de un acordeón, aprendió por cuenta propia y en ratos libres tocaba para su madre, quien siempre lo alentó a seguirlo haciendo, ya que según sus oídos de madre, tocaba y cantaba como un ángel.
Desde pequeño tuvo que trabajar, ya que su padre y el alcohol siempre fueron buenos amigos, tan buenos que un día se fueron de parranda y jamas volvieron, nadie sabe su destino, Don Jorge solo se limitó a pensar que su padre viajaba por el mundo y que un buen día regresaría, por mientras, había que cuidar de su madre y trabajar para sostener las cosas.
Paso el tiempo y en la secundaría Don Jorge decidió graduarse de la vida estudiantil, el trabajo y la música serían de hoy en delante sus compañeros de ocasión.
Así pasaron los años y un buen día, Don Jorge abrió los ojos, se miró de arriba abajo y se reconoció; un viejo caminado, amante de muchas, caminante de cantinas, músico de tiempo completo, dueño del acordeón en un trío de música norteña, comerciante de canciones de a cincuenta o de a cuanto se las pagasen.
“Flor de capomo” y “una página más” eran sus canciones preferidas. La segunda se canso de dedicarla a lo largo de su vida, la primera solo le gustaba.
Julieta, cantinera de algún lugar de San Luis Potosí fue a quien mas quiso, besos de vez en cuando, cama si bien le iba, pero siempre fueron ese amor furtivo, tejido entre miradas, humo, borrachos enojados y música de despecho.
De vez en cuando, él le ayudaba a cerrar, y se quedaban solos en la cantina platicando hasta el amanecer, después subían al cuarto de Julieta y dormían hasta entrada la tarde, solo cuando el hambre y la necesidad de trabajar para poder hacerlo les recordaba que tenían que salir de su idilio.
Un día Don Jorge llegó a la cantina y Julieta se había ido, solo así, sin mas.
Hoy Don Jorge dicen que recorre las cantinas de Chihuahua, ciudad al norte del país, en donde el narcotráfico y el calor son cosa de todos los días.
Don Jorge, camina triste, cabizbajo, arrugado, con sus mejores años ya en el pasado. Recorre las cantinas, canta lo que le pidan, cobra lo que le den, compite con rockolas, de vez en cuando le regalan una cerveza, y siempre, siempre que alguien le pide “Te vas ángel mío”, llora mientras canta, Julieta lo acompaña en algún bar de no se donde, y nunca, nunca cobra esa canción.
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