En departamentos de categoría en el Centro atienden mujeres que trabajan solas. Y cobran desde $ 350.
El teléfono de Tamara aparece en una página de internet. Atiende y dice, como si fuese un contestador automático: “Hola bombón, ¿cómo estás? Te cuento que estoy en la zona centro, que te recibo sola en mi departamento y que el regalito es de $ 700 la hora”. Tamara es rubia. Se parece más a una vedette que a una modelo. Efectivamente, es la de la foto que aparece en la web, con el teléfono, sus medidas, sus horarios, los idiomas que sabe hablar, y si acepta o no viajar al exterior. No está sola. La que responde por el portero eléctrico es su “asistente”.
Que es cordial, amable, invita a pasar, y a esperar, y ofrece algo para tomar. Pero no es linda como Tamara. La llama por teléfono y le dice que todo bien, que el cliente la está esperando. Y Tamara baja de su casa, otro departamento del edificio. Y se cambia y se parece, más todavía, a la foto de internet. Ella es una de las tantas mujeres que ejercen la prostitución en departamentos privados de los barrios más caros de la Ciudad.
Todas, o casi todas, subalquilan los departamentos. Antes era más fácil comenzar en el rubro. “Hasta hace unos años había avisos clasificados para subalquilar –cuenta Mercedes en un sexto piso sobre Tucumán–. Ahora, para comenzar tenés que sí o sí conocer a alguien. Son pocos los hombres que tienen muchas garantías para alquilar y subalquilar departamentos. Hay tipos que tienen hasta 25”.
La prostitución vip “del otro lado de Callao” es algo de lo que todos saben o escucharon hablar.
¿Quién no ha visto los volantes pegados en los teléfonos públicos del Centro? ¿Quién no ha escuchado a alguno sobre Florida o Lavalle, gritar despacio, “chicas, chicas”? La prostitución vip atiende en habitaciones de hoteles costosos, en edificios de galerías coquetas, o en departamentos que comparten piso con oficinas, hogares y “cuevas”.
Pero no todas están en departamentos. Hay dominicanas, por ejemplo, que paran en un bar de la avenida Córdoba. Hay otras, argentinas, que caminan por las peatonales buscando clientes. Y hay hoteles que tienen books de fotos de mujeres para los pasajeros. Y los taxistas suelen acercar turistas a cambio de un porcentaje. Aunque no se vean, todas esas cosas también pasan en plena City porteña. Y a la luz del día. La prostitución vip en el Centro y alrededores es como la venta ilegal de dólares. Todos saben que está; pero no a la vista de cualquiera.
“La gente dice que estamos secuestradas, que somos víctimas de la trata y nada que ver. No conozco a ninguna chica que esté en esas condiciones. Si seguimos acá es por decisión propia, porque el dinero que hacemos no lo haríamos en ningún trabajo”, dice Laura, ex empleada pública del Gobierno de la Provincia, cuando suena el timbre y llega la comida. En los privados no se cocina. Para no dejar olor, y porque no hay tiempo que perder. Mercedes lleva siete años en lo mismo. Cuenta que su cliente más fiel la visita cada quince días, hace cuatro años ininterrumpidos. Tuvo años de mucho trabajo: de recibir hasta diez clientes por día. Hoy, como mucho, pasan a verla seis. Comenzó, como la gran mayoría, trabajando para un hombre que le pedía un porcentaje de lo recaudado. Fueron cuatro meses hasta que se independizó, invirtió en un departamento, internet y se largó sola. Su tarifa es $ 350 la hora. “Hay chicas que viven en los lugares que trabajan. Si son independientes, como mucho, son dos mujeres por departamento. Cuando hay más es porque trabajan para un 840”, dice.
Entre fines de 2012 y principios de este año hubo unos diez robos a privados. El cliente siempre era el mismo. Vestía de traje, se peinaba con gomina y llegaba con un maletín. Como en todo ambiente, hay códigos: no se atienden los llamados de número privado, ni se responden mensajes de texto. Hay chicas que citan a los clientes en la puerta del edificio. Y ellas, desde un bar, los miran. Si les parece feo, no los hacen pasar. Por más que se pierdan hasta $ 900 por una hora.
Los que llaman y piden quedarse durante varias horas con las chicas no están bien vistos. Se sospecha que quieren consumir drogas al lado de ellas. “Hay tipos que son muy ‘gateros’. Vienen y te cuentan con quién estuvieron la semana pasada, cómo era el departamento, si valía o no el regalito que pedía. Mi horario más fuerte es de 10 a 15. Trabajo mucho con oficinistas que salen, están una horita, y vuelven al trabajo. Vienen muchos casados y últimamente muchos pendejos”, cuenta Mercedes.
Tamara, la rubia, también trabajó bailando en discotecas. Dice que después de haber sido contratada por narcotraficantes colombianos que alquilaban quintas y festejaban estando armados con ellas, no le teme mucho a los clientes que puedan llegar. “Los que vienen a verme tienen suerte, por más que se quejen de que no accedo a algunos pedidos. Primero, porque soy la de la foto. Segundo, porque te recibo yo o “mi asistente”. Y no hay nadie más. Hay privados en los que subís y las chicas no se parecen en nada a la de las fotos. Y si no te gusta ninguna y te querés ir, se aparece un grandote que te obliga a que pagues la hora igual”, cierra.
 
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