Tal como sucede año, la noche de la entrega del Oscar es un desfile de vestidos fastuosos, discursos a veces divertidos, a veces eternos; clips de películas más exitosas que las nominadas, y chistes a costa del público y los nerviosos nominados. Es un evento que la academia de Hollywood viene realizando desde hace ochenta y tres años, y en algún momento se podría haber dicho que lo tenían dominado.
El problema es que cada año tiene menos audiencia, y aunque aún califica entre la televisión más vista (digamos como un juego de postemporada de futbol americano), el comité de gobernadores de la academia ve esa disminución como un signo de su propia decadencia. Y lo es.
¿A quién le importa si una película gana un Oscar? Solía ser un incentivo para espectadores que atestaban las salas una vez que la ganadora de tal o cual categoría hacía su aparición en cartelera. Significaba rentas y ventas de videos, y mucho prestigio para el actor, actriz o miembro de la producción reconocido.
Dice el clásico que el futuro ya no es lo que era. Y el futuro alcanzó a la Academia, y el resultado no fue bonito.
La noche del domingo fue la versión de tu abuelito vistiéndose a la moda y visitando un antro para ligar chicas y demostrar que por él no han pasado los años. Quizá la imagen más significativa de ello, no hayan sido los lamentables anfitriones, sino un Kirk Douglas de 95 años, todavía lúcido, pero que apenas podía hablar después del derrame cerebral sufrido en 1996. Un poco de suspenso en una noche por demás predecible, bromeó, echó piropos a la Hathaway que se abanicó el rostro con fingido rubor. Esa es la Academia.
¿Alguien recuerda las entregas del Oscar hace quince años? Cuando todavía Billy Crystal conducía, y la primera fila del auditorio la ocupaban las verdaderas celebridades, como Jack Nicholson. A la entrega del domingo ni siquiera asistió el productor Scott Rudin y eso que tenía dos cintas "compitiendo" a mejor película. Consideró mejor uso de su tiempo quedarse en Nueva York a supervisar su siguiente filmación.
Muchos la llamaron predecible, pero las mejores quinielas (pensemos en Roger Ebert, o en el resto de los críticos de Chicago) no superaron los 14 aciertos. El problema es que a nadie le importa si el ganador de Mejor corto documental da la campanada, desde la victoria de Shakespeare apasionado sobre Rescatando al Soldado Ryan, no ha habido una verdadera vuelta de tuerca en las categorías relevantes.
En cualquier caso, podemos sintetizar algunas lecciones de la noche, si acaso para tratar de sacar algo de provecho de esas tres horas, además del feroz tuiteo que acompañó la ceremonia y puso los premios en el número uno de los temas tendencia de twitter.

1 -
Si vas a renovar tus votos, hazlo en familia - Da pena imaginar por qué el director de la Academia consideró que era importante anunciar en plena ceremonia que reanudaría su contrato de transmisión exclusiva con la cadena ABC. Acompañado de la CEO de la cadena, hizo su anuncio y recibió un gigantesco bostezo mundial.
2 - Joven no siempre es sinónimo de fresco. El innovador dueto de anfitriones, demostró que la juventud también tiene su ingrediente de ingenuidad, inexperiencia y franca dejadez. Si algunos tuits pedían que se obligara a James Franco a contemplarnos tres horas sin intentar hacer algo, por momentos Hathaway demostró un irritante exceso de ganas por sonreír, cambiarse de ropa y hacer chistes bobos. Y eso nos lleva a...
3 - Los actores no son comediantes por default. Podrán pararse donde se les indica, decir sus líneas (y vaya líneas más tontas que tuvieron que decir), y harán lo mejor posible su parte. Especialmente si es en vivo, y frente a millones de personas. Si se busca chispa y frescura, se requiere alguien que esté ahí cómodo consigo mismo, no haciendo un papel. Cuando un holograma mal hecho de Bob Hope, dice las mejores líneas de la noche, algo va muy mal. Y eso nos lleva al siguiente punto...
4 - Si van a escribir así, mejor dejen improvisar. Temerosos después de los filosos comentarios de Ricky Gervais, los guionistas de la noche del Oscar decidieron recurrir a su los chistes que les contaba su tía Edna. Nueva razón para tener en el escenario a alguien como Billy Crystal, o Steve Martin, o vamos, hasta Ben Stiller. Cuando el bote se está hundiendo, de nada sirve que la orquesta siga tocando, aunque a James Camerón le diera muchos óscares.
5 - Usar al bateador emergente, si está en el estadio - Cuando Billy Crystal entró al escenario, el público lo recibió con un aplauso de pie. Como dice Craig Ferguson, no fue un emotivo reconocimiento por esa gran obra de la cinematografía mundial que es City Slickers 2. En realidad fue un aplauso de alivio: se acabó la broma, empieza la ceremonia en serio. Las cámaras no lo mostraron, pero más de un espectador se abandonó a las lágrimas cuando descubrió que Crystal estaba ahí sólo de visita. Era como Michael Jordan apareciendo dos minutos en un partido de la escuela de tus hijos, encestando tres canastas al hilo y despidiéndose. Ni los papás de Hathaway se emocionaron cuando se fue. Si alguien se hubiera puesto las pilas y extendido un cheque generoso, pero los directivos de la academia estaban brindando con los directivos de ABC.
6- La musiquita de los discursos. Vamos, cuando sube al escenario el diseñador de vestuario y recita hasta a sus maestras de Kinder, vale la pena ponerle musiquita. Cuando el productor de la película ganadora quiere decir unas palabras, es más conveniente que la orquesta permanezca en silencio.
Quizá el tema de la musiquita debiera desaparecer del todo. O si no desaparecer, exportarse, por ejemplo a nuestro país. Donde podríamos tocar musiquita de "mejor cállese y vuelva a su sitio"a funcionarios como Ernesto Cordero antes de que nos explique cómo se paga una hipoteca, un auto y colegiaturas con 6,000 pesos. O para políticos en busca de atención, en foros universitarios como Sócrates Rizzo. Empieza el señor a decir qué bien negociaban los presidentes del PRI con el narco, y le ponen su musiquita para que dé las gracias y se vaya a esgrimir su nostalgia a un sitio menos concurrido.
7 - La entrega del Oscar no es SNL. Si al final de Saturday Night Live se reúne el elenco en el escenario, se echa confetti, los anfitriones dan las gracias, la banda toca el tema del programa, y los actores se felicitan entre sí, está muy bien. Pero no es para la academia, mucho menos si el tumulto de premiados, algunos de vuelta apuradamente desde el bar tras bambalinas para una toma final, es acompañado por un coro infantil cantando "Over the rainbow". Al productor que tuvo esa linda idea, hay que mandarlo a organizar festivales del día de las madres, no entregas de la Academia de Hollywood.
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