“Malditos perros... ¿para qué sirven?”, espetó con evidente furia y dolor una mujer a los policías municipales y federales que resguardaban la escena donde su hijo quedó muerto.


Fuera de sí, luchó durante varios minutos cuerpo a cuerpo contra los y las oficiales para tratar de llegar hasta donde estaba tirado su ser querido, pero finalmente se lo impidieron.

En medio de la cinta asfáltica, boca abajo, estaba el cuerpo de Daniel Nevárez, de 19 años, quien había acudido a “La Paloma” a comer burritos, ya que su madre estaba enferma y no quiso molestarla, dijeron algunos de sus conocidos.

La madre arribó corriendo al centro comercial “Río Bravo”, donde minutos antes un comando disparó sin contemplaciones en contra de su objetivo, al parecer dos hombres que llegaron al sitio a bordo de una Explorer blanca, pero que “barrió” también con los hombres que nada tenían que ver con el pleito.

“¡No, mi hijo no!”, gritó la mujer al descubrir el cuerpo de su ser querido desde unos 20 metros.



Su angustiosa manifestación puso en alerta a los agentes federales y municipales que ya habían asegurado el área.

“¡¿De qué sirven?, suéltenme. No Señor, por Dios, no!”, gritó mientras luchaba por librarse de la barrera que formaron los elementos policiacos.
Una de las mujeres policías intentó dialogar con ella, tranquilizarla y la cuestionó sobre su familiar.

Pero la madre no estaba para interrogatorios: “No le voy a decir nada, mataron a mi hijo, quiero que me entienda”, le espetó en la cara a la oficial.

La lucha continuó por varios minutos, hasta que otro de sus parientes llegó al sitio y la abrazó para tratar de calmarla.

Aunque desistió en su intento por ingresar al área resguardada por listones amarillos y rojos, su sufrimiento continuó de forma incesante.



“Es mi hijo, es un niño, quiero verlo, no se lo pueden llevar... déjenme verlo, lo mataron como a un perro” reclamó a voz en cuello.


Como si se tratara de una dramática escenificación callejera, en torno al lugar se formó un círculo de espectadores que, en medio de un impresionante silencio, observaban la escena.

Los guturales y doloridos gritos de la madre sacudieron a todos los que estaban ahí e hicieron que algunos derramaran lágrimas.

Mientras, una mujer con los brazos alzados al cielo, gritaba una plegaria a Dios para que se compadeciera de todos.

“¡Tiene calor, tiene sed, necesito ver a mi niño!”, clamó una vez más. Los policías, celosos de su deber, no le hicieron caso.

Cuando personal del Servicio Médico Forense (Semefo), se aprestó para recoger el cuerpo de Daniel del suelo, su madre se reveló ante el trágico hecho. “¡No lo toquen, está vivo, que no se lo lleven, no lo agarres!”, exclamó.

‘¡Es mi papá..!’

De pronto, un automóvil rojo frenó sobre la carretera a Waterfill; desde su interior se escuchó una voz femenina plagada de evidente angustia que sorprendió a los congregados en la mortal escena: “¡No mames, es mi papá!”

Enseguida, salió de la unidad para dirigirse hacia donde estaban los cuerpos. Y comenzó otra lucha.

“No la toquen, no la toquen”, ordenó uno de los mandos de la Policía Federal, así que sus subordinados simplemente interpusieron sus cuerpos para evitar que la atribulada mujer pudiera llegar hasta donde estaba tendido su padre.

“¡No, mi papá, ¿dónde está mi papá?!”, increpó mientras era llevada hasta la sombra de una pared, pero ella se derrumbó y en el suelo continuó llorando, pero no sólo de tristeza, sino de rabia.

“¡Le dije que no se juntara con esa bola de malandros!”, gritó.

Cuando parecía que estaba calmada, intentó una vez más burlar a los elementos policiacos, buscó superarlos durante algunos segundos, pero finalmente cayó abatida a la sombra de un árbol, donde la alcanzó una de sus acompañantes para abrazarla y tratar de consolarla.

Los comerciantes ambulantes que laboran entre las líneas de automóviles que se dirigen a El Paso hablaban entre sí en voz baja acerca de los asesinados, ya que conocían a algunos.

Sin embargo, al pedirles sus impresiones con relación a los hechos dijeron que ignoraban lo que había ocurrido.

Algunos se mostraron molestos con los militares asignados a la vigilancia del puente internacional, ya que en lugar de encarar a los homicidas prefirieron ponerse a salvo.

Lo que ocurrió ayer, dijeron algunos comerciantes establecidos en ese corredor binacional, afectará aún más a sus negocios.

“Aquí ya no se para nadie, han matado a algunos y la gente no se siente segura, no vienen a comer ni compran nada”, comentó uno de los entrevistados.

Explicó que los que compran algo por lo general son los ciudadanos o residentes de Estados Unidos, pero ni siquiera se bajan de sus automóviles por el temor que sienten.

Los mexicanos, aseguró, prefieren llevarse sus “centavos” para gastarlos en El Paso, donde se sienten seguros.

“Si antes no se paraban ni las moscas, ahora va a estar peor. Y más sabiendo que ni los soldados ni los policías hacen algo para detener a los malandros”, advirtió antes de meterse a su local donde expende comida y en el que no había ningún cliente. 

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