BAGDAD. Una tarde reciente, había una pistola sobre la mesa de café de Munir Hadad. Estaba la lucha profesional en la televisión, sin sonido. Cuando entró un visitante, Hadad le dijo a un ayudante que quitara la pistola, avergonzado por su presencia, pero luego dijo que nunca estaba sin un arma, incluso en el baño.
 AYMAN OGHANNA / THE NEW YORK TIMES.
Luego, orgullosamente, señaló hacia un retrato suyo en la pared, parado junto al magistrado Anthony M. Kennedy, de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, así como otras fotografías que cubren las paredes de su oficina.
Allí estaba, con emires, ayatolás, príncipes y embajadores. Hay una sobresale de las otras. En ella, un Hadad sonriente, con túnica de juez, desde un escritorio mira hacia arriba a un hombre cuyo rostro no se ve, pero cuya identidad es inconfundible: Sadam Husein.
Hadad se refiere a sí mismo como “el tipo que colgó a Sadam Husein”, y con todo y que fue un conjunto de personas las que llevaron a cabo la ejecución del dictador, él tuvo el papel principal.
Presidió el juicio y, temprano, una mañana de 2006, en un cuarto gris, en el que fuera un edificio de la inteligencia militar, Hadad le leyó a Sadam la orden de ejecución y lo acompañó a la horca.
Desde entonces, la vida de Hadad –doblemente oprimido por ser chiita y kurdo por la élite árabe sunita bajo la dictadura– tomó una trayectoria insólita. Está en un despacho privado de abogados porque el Gobierno, dominado por chiitas, lo sacó del Poder Judicial, al igual que a tantos servidores públicos cualificados, y lo reemplazó con militantes partidistas de poca monta.
Se ha forjado un nicho con una carrera tardía – y una nueva medida de fama – al defender a innumerables sunitas encarcelados por lo que activistas de derechos humanos y él dicen que son acusaciones espurias de terrorismo.
“Solía ser un héroe para los kurdos y chiitas”, dijo por el papel que tuvo en el juicio de Sadam. “Ahora, soy un héroe para los sunitas”.
También se ha hecho rico. “Me volví millonario”, señaló sin recato, y luego marcó las localidades donde posee casas: Beirut, Dubái, Emiratos Árabes Unidos, Barcelona (España), y Alemania.
“La semana pasada compré una casa grande en Holanda”, dijo. Comentó que tiene bastante dinero, pero sigue trabajando porque “mi esposa y mi hija quieren todo”.
Su familia vive en la norteña región kurda, donde la vida es más fácil y más segura que en cualquier otra parte de Irak, y de donde, dijo, su hija lo llamó hace poco para pedirle un Jeep de $40.000. Contó que lo compraría en Bagdad y lo mandaría al norte.
Mientras hablaba, recordó que debe estar en Beirut en unos días más para tratar de vender un propiedad porque le preocupa que la guerra en Siria haga que bajen los precios de los bienes raíces.
Llamó a un ayudante y sacó del bolsillo un rollo de billetes de 100 dólares, extrajo unos cuantos y le dijo que comprara un boleto de avión para Beirut.
Cara de Irak. La historia de Hadad cuenta dos verdades sobre el Irak moderno: el exilio del servicio gubernamental de los tecnócratas instruidos para favorecer nombramientos clientelistas de funcionarios alineados con el partido, que se inclinan a voluntad de un primer ministro poderoso, y la vasta riqueza disponible para los bien relacionados en una sociedad en la que la mayoría de los ciudadanos vive en la miseria más absoluta.
Dado que aumenta la violencia en Irak, el Gobierno ha respondido con algunas de las medidas enérgicas más duras hasta ahora contra zonas sunitas, y ha lanzado una amplia red para perseguir a sospechosos de terrorismo, deteniendo a inocentes y culpables por igual. Esas son buenas noticias para Hadad, claro, cuyo negocio está prosperando. Dijo que su teléfono suena constantemente: son llamadas que llegan de Anbar, Mosul y Tikrit, zonas sunitas donde jóvenes llenan las cárceles.
Gracias a los esfuerzos de Hadad, liberaron recientemente a Abu Husein, un funcionario policial sunita en Samarra, a quien encarcelaron durante un año por cargos de terrorismo que eran falsos y que levantó un informante anónimo, según dijo. Eso es una práctica normal aquí. Muchos iraquíes, algunos de los cuales daban información a los militares estadounidenses a cambio de dinero, ahora se ganan la vida informando sobre sus vecinos. El problema, dicen activistas de derechos humanos y funcionarios iraquíes, es que, a menudo, la información es falsa.
Después de su detención, un amigo le contó a Abu Husein sobre Hadad.
“Dijeron que es el que defiende a los inocentes”, recordó. “La ley iraquí protege a esos informantes, pero nunca a los inocentes”.
Hadad dijo que solo acepta casos en los que está convencido de la inocencia del acusado. Como resultado, el mero hecho de que haya decidido representar a un cliente en particular, por no hablar de su fama y reputación, ganadas con el juicio de Sadam, a veces es suficiente para asegurar la exoneración.
Al igual que muchos chiitas y kurdos instruidos y oprimidos bajo el antiguo régimen, Hadad salió del país en los 1990, tras pasar algún tiempo en la cárcel y ver que el Gobierno mataba a dos de sus hermanos. Se hizo abogado en Omán, donde, dijo, era “un gran hombre. Tenía chofer, una casa grande”.
Al igual que muchos de esos mismos exiliados, regresó en el 2003 esperando jugar un papel significativo en darle forma al nuevo Irak. Muchos se han ido desde entonces, decepcionados por la violencia y la corrupción, y han dejado un vacío donde se suponía que la clase media instruida sería el cimiento de una sociedad nueva.
Sin embargo, Hadad se quedó, aun después de que lo obligaron a salir del Gobierno en 2008 por negarse a que constriñeran su labor judicial el primer ministro Nuri al- Maliki y los funcionarios de su círculo interno, a quienes Hadad llama “ignorantes”. “Yo voy a vivir y a morir en Irak”, expresó.
En cambio, encontró una misión nueva, igual de crítica, él cree, que la anterior como un miembro de alta jerarquía del poder judicial del país.
“Vimos y presenciamos las injusticias en contra nuestra”, señaló. “Y no aceptaré la injusticia contra otros. Con este camino no podremos construir un Estado”.
Hadad, dicen algunos funcionarios iraquíes, sirve como un raro ejemplo de profesionalismo en un sistema de justicia plagado de corrupción e incompetencia, y algunos lo consideran un héroe de la causa de los derechos humanos en Irak.
“Es una persona extremadamente neutra”, comentó Mudhir Yanabi, un legislador sunita. “Literalmente, lidia con la ley alejado del sectarismo y el partidismo. Su verdadero objetivo es aplicar la ley y la Constitución, y siempre toma en cuenta a los derechos humanos, y ve a las personas solo como iraquíes”.
Hace dos años, sobrevivió a un atentado de asesinato en el centro de Bagdad, el cual cree que lo realizaron gatilleros con vínculos con el Gobierno.
“Soy un chiita, pero defiendo a sunitas, y eso me ha generado muchos enemigos”, dijo. “Estoy contento con este odio que sienten por mí mis enemigos, porque significa que tengo éxito”.
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