Lucero Solórzano
Así se titula el tema interpretado por Peter Gabriel que se escucha en el tráiler de Shame-Deseos culpables película británica que se estrena hoy en algunas salas de la Ciudad de México; “My body is a cage and my mind holds the key”—“mi cuerpo es una jaula y la llave está en mi mente”—. Dirigida y coescrita por el inglés Steve McQueen —nada que ver con el actor— Shame es una espléndida película, dura, muy compleja, que no da tregua, descarnada y dolorosamente real. Quizá por todo esto la Academia de Hollywood optó injustamente por ignorarla en la pasada entrega del Oscar al igual que J. Edgar que, aunque con menos méritos en la película, sí merecía una nominación para el trabajo de Leonardo DiCaprio.
Como lo comenté durante la temporada de premios, ambas películas son “políticamente incorrectas” y la moralina de los miembros de la Academia de Hollywood y otras asociaciones prefirieron no incluir sus temáticas. Por un lado J. Edgar de Clint Eastwood que aborda la vida personal de un personaje emblemático y polémico para el pueblo norteamericano como lo fue el fundador y director por casi 40 años del FBI, J. Edgar Hoover, insinuando su supuesta homosexualidad. Por el otro Shame —que debió traducirse sencillamente como Vergüenza— y que explora sin miramientos en forma por demás gráfica el tema de una sexualidad desenfrenada, enferma y vacía.
Shame-Deseos culpables (Reino Unido, 2011) es una película valiente que gira en torno de Brandon, impresionante Michael Fassbender e insisto merecedor de un Oscar por su interpretación en la que se lanzó sin red para encarnar a un atormentado personaje. Brandon es un treintañero exitoso, guapo, independiente, soltero, que vive en Nueva York y cuya vida se mueve entre su trabajo y sus salidas nocturnas, con frecuentes aventuras sexuales con todo tipo de mujeres. Hasta aquí todo en la rutina de Brandon lo hace hasta objeto de envidia, su vida tiene grandes vacíos que ha llenado a través de excesos en el sexo, la pornografía, la masturbación, cibersexo, a los que acude apenas tiene un rato libre ya sea en su departamento, la calle, la oficina o el baño de un bar.
Cuando parece que tiene todo bajo control, aunque es claro que sobrelleva una adicción patológica al sexo, aparece su desorientada hermana —Carey Mulligan también olvidada en el reparto de premios— que irrumpe en el mundo de Brandon y quiere quedarse con él hasta encontrar un lugar donde vivir. Los dos hermanos comparten un pasado doloroso, ambos son seres enfermos, solos, inadaptados, incapacitados para dar y recibir amor.
Ya en 2008 Steve McQueen dirigió a Michael Fassbender en otra gran muestra del moderno cine británico: Hunger, una cinta frontal que recrea la figura de Bobby Sands, el terrorista del Ejército Republicano Irlandés que en 1981 emprendió una huelga de hambre en la cárcel reclamando un trato de prisioneros políticos para él y sus compañeros y rechazando ser tratados como criminales comunes. En forma por demás descarnada, la película nos va mostrando cómo Sands, interpretado por Fassbender, se va deteriorando física y mentalmente, pero manteniendo la firmeza de su decisión.
Probablemente Shame haya resultado aún más demandante para el actor que más allá de los abundantes desnudos y secuencias de sexo gráfico, construye en forma sensible y conmovedora a un hombre sumido en una profunda soledad y atormentado por la culpa y la desesperación. Se trata de un paseo demasiado brutal por la vida de un adicto al sexo, típico producto de una sociedad fría e impersonal, en la que los días se van llenando con juegos superficiales, fugaces y frágiles. La obsesión por el sexo tampoco alcanza a llenar el enorme vacío existencial que invade su vida. En efecto “su cuerpo es una jaula y la llave está en su mente”.
Shame-Deseos culpables es una película de ésas que se quedan con uno por un tiempo y que son un verdadero golpe en la boca del estómago, pero no hay que perderse entre sábanas, cópulas y fantasías. Los mejores momentos que nos hacen conocer a fondo a Brandon son precisamente ésos en que reflexiona y medita. Esos instantes de introspección, que con la notable calidad interpretativa de Fassbender —¿cómo fue posible no darle un Oscar?— hacen que se nos mueva el corazón y que alcancemos empatía con un ser desventurado.
Mención aparte merece Carey Mulligan cantando casi a cappela una melancólica versión de New York, New York que lejos del tono eufórico del original de Sinatra logra capturar la profunda tristeza de dos almas en pena.
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