Redacción central -Ya son más de 40,000 muertos desde que el presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, inició su llamada guerra contra el narcotráfico.
Y la creciente cifra de cadáveres parece no terminar de llenar las fosas donde el futuro del país —hombres jóvenes casi todos ellos— es enterrado.
Los reporteros mexicanos publican día tras día las noticias de los balaceados, los decapitados, los levantados, los desaparecidos, los secuestrados, los enterrados, los masacrados, los torturados, los encajuelados, los enmaletados, los disueltos en sosa, las víctimas del fuego cruzado que dejan las batallas entre militares y una legión casi invisible de bandoleros que todos llaman cárteles de la droga.
Marcela Turatti, periodista de la revista Proceso, recién publicó un libro —Fuego cruzado, las víctimas atrapadas en la guerra del narco—, edición que “intenta trascender el número de muertos”, como ella dice, para contar el dolor humano de esta cruzada institucional que ha dejado montón de heridos y familias mutiladas, sin justicia, en un hábitat cercado por la corrupción, la impunidad y el miedo de convivir en una tierra sin ley.
Diversos funcionarios de la cúpula política en Estados Unidos (EEUU) —entre ellos la secretaria de Estado, Hillary Clinton—, han aplaudido la “estrategia” del mandatario mexicano contra estos distribuidores de la droga, que son quienes nutren los vicios narcóticos de millones de estadounidenses.
En este paraje de la historia reciente de México, El Mensajero entrevistó vía telefónica a Marcela Turatti.
El Mensajero (EM).–A cuatro años de esta guerra contra el narco, ¿quién va ganando?
Marcela Turati (MT).–Todos estamos perdiendo. No creo que haya alguien que esté ganando. Miedo, es el único que está ganando terreno. Veo que todo mundo está asustado, que todo el mundo está en caos, que nadie sabe qué hacer ni cómo ni dónde va a terminar esto. El gobierno dice que se han atrapado muchos capos y se ha decomisado mucha droga —más que nunca en la historia—, pero como vemos, por más capos que se agarren, hay alguien que inmediatamente los va a sustituir. Y mientras más se ataque directamente a los cárteles se genera más violencia. Vemos que los focos de violencia están relacionados con la captura de los grandes capos: inmediatamente empieza la pelea por la sucesión, por la plaza, ver quién fue el delator, el exterminio masivo de las familias. Puede que el gobierno —pues sí, su medidor es agarrar capos y decomisar drogas—, crea que con eso nos pueda decir que están ganando la guerra, pero esta guerra ha sido muy costosa para todos. Parece una guerra contra la sociedad, creo que todos estamos perdiendo finalmente. No hay nadie que esté ganando en esta guerra.
EM.–En todo combate hay una amenaza que justifica la violencia, ¿quién es el malo en esta película?
MT.–Ciertamente hay grupos criminales que están peleando. Se dice que hay siete disputas entre los cárteles, pero pues en ciertos lugares. Los límites entre quiénes son los malos y quiénes no pues son muy difusos, porque en algunos lugares —si no es que en todos—, vemos que hay policías que están del lado de algún grupo armado; policías estatales, policías federales, militares, agentes del gobierno que también ayudan a incubar a estos grupos criminales, entonces no hay que ver esto entre buenos contra malos, sino, hay que pensar que son nuestros jóvenes contra nuestros jóvenes quienes son los que están muriendo y hay que ver qué factores sucedieron para que prefirieran meterse al crimen organizado, qué empujó a tanta gente a meterse a esto, porque los que están muriendo, los que están perdiendo la vida, son los jóvenes de este país. Por eso nos debe preocupar, no es que se estén matando malos contra malos, son jóvenes en ciertas circunstancias contra otros. Así.
EM.– La violencia parece un problema epidémico, ¿hay una verdadera estrategia de combate al narco?
MT.– Esta violencia y la situación en que estamos de la narcocultura, esta sociedad que ha incubado el narcotráfico, pues no se va a resolver a balazos. Esto está muy arraigado, hay lugares donde todo mundo está metido, donde el gobierno mismo está metido. El discurso del gobierno es que la gente que está muriendo es gente que se mata entre sí, que son los malos contra los malos, y no hay ni siquiera investigación para afirmar esto. Siempre se dice eso, que es tan fácil, que eran pandilleros, que estaban en el lugar incorrecto, que seguro tenían vínculos, pero pues vemos que no es así. Nada más se pensó en declarar una guerra, se pensó nada más en la estrategia militar y no se pensó en la violencia que podía generar, no se pensó en cómo atender a toda la gente, a todas las viudas, a todos los huérfanos, a todos los heridos, las personas que quedan lisiadas, discapacitadas, hacia dónde se van a ir las comunidades desplazadas.
EM.– La sociedad civil ha criticado esta guerra y ha salido a las calles a demandar paz, y por otro lado, EEUU alienta esta política militar, ¿debería volver el ejército a sus cuarteles?
MT.– Hay miles de personas que están sufriendo. Hay familias que están desintegradas, que están cayendo en la pobreza. Hay niños que están abandonando la escuela. Hay niños que van a tener, y ya tienen problemas afectivos grandes, no logran hacer su vida, no logran superar el duelo, no hay una atención. Es una llamada de atención urgente de que la estrategia debe cambiar y también tiene que haber otras formas de atacar al crimen organizado que no sea con más militares, que no sea con más armas, sino de una manera más integral, porque es multifactorial, de muchas dimensiones este problema. Lo que me parece es que quieren mantener así las cosas porque parece que México quiere mantener a los muertos y Estados Unidos pues librarse de cualquier responsabilidad que esto tiene, a pesar de que el consumo mayor, de mucha de esta disputa, es por el consumo de drogas en EE.UU. y también las armas con las que se están matando o nos estamos matando en México, vienen de EE.UU. Tiene que haber sensatez para pensar las cosas, para ver qué es lo mejor, para ver que esta estrategia desde el punto de vista militar solo va a generar más muertos. Lo más importante ahorita es ver cómo se restablece la paz y cómo frenamos tanta violencia.
EM.– En tu libro hablas de las víctimas de esta guerra, las “bajas colaterales” de este fuego cruzado… MT.– Se requiere una atención urgente a miles de personas que quedaron atrapadas en este fuego cruzado, miles de personas que han perdido a un familiar, a las comunidades que han sobrevivido una masacre, a tantas personas, que son miles, que están como muertos en vida, sus vidas quedaron empantanadas emocionalmente, no les está dando la vida para seguir para adelante, que quedaron en la pobreza, en la peor de las vulnerabilidades y que necesitan atención. Hay comunidades enteras que tienen pesadillas que tienen mucho miedo que no pueden hacer su vida que están perdiendo el aparato productivo que están quedando abandonadas porque no tienen a quién recurrir.
EM.– Creel, un pequeño pueblo de Chihuahua, lo destacas como un ejemplo de lo que ocurre en todo el país… MT.– Relato la masacre de agosto de 2008, cuando entra un comando armado a la comunidad de Creel. A la vista de todos matan a 13 jóvenes y el pueblo ahí se da cuenta de que su policía los había abandonado, se habían ido a un día de campo muy dudoso, muy raro, que su presidente municipal extrañamente tampoco estaba, no acude, y no tienen ni siquiera ministerios públicos que salieran a levantar los cadáveres. Las familias hacen lo que hacen, como todas estas familias que uno empieza a ver con ansia de justicia, esa frustración de hacerle justicia a sus hijos y encontrar a los asesinos. Se organizan, empieza cada quien por su cuenta a investigar y entre ellos comienzan a descubrir de dónde son los sicarios, dónde se esconden quién les da auxilio, empiezan a armar piezas de lo que pasó con los policías ese día dónde estuvieron. Encuentran los teléfonos celulares y direcciones de los sicarios y se lo dan a la Procuraduría, sin embargo, no van por ellos, los dejan escapar, entonces queda en duda la verdadera voluntad de hacer justicia (…). Cuando ven que no pasa nada que no se hizo justicia, ellos siguen investigando hasta que matan a uno de los papás, y logran frenarlos e inculcarles el miedo que habían perdido. Al ponerse a investigar se dieron cuenta de que estaban parados sobre un polvorín, que es un pueblo de tráfico de drogas, que había un capo que lo cuidaba y cuando mataron al capo del pueblo pues empezaron estos ajustes de cuentas en los que sin querer esos hijos fueron muertos o quizá alguien tenía interés de aterrorizar a todos y se empiezan a dar cuenta del cochinero, que son unas farsas los operativos, de que hay ciertos arreglos, ciertos equilibrios, y esa puede ser la historia de todos, la historia a escala de un pequeño pueblo que se repite en todas las ciudades.
EM.– La violencia y el miedo parecen una cadena de consecuencias interminables, ¿queda esperanza para el pueblo mexicano?
MT.– Estamos cargando un lastre muy fuerte, como en cuatro años, casi cinco, de violencia extrema cada vez más creciente. Hay que empezar a aplicar políticas para atender a toda esta gente que se está quedando en el camino, pero también hay que repensar qué queremos como país, hacia dónde, qué estrategia es la que tiene menos costos sociales, qué políticas cambiar para evitar esto, porque por más militares y balas y guerra y ocupación territorial —que es lo que quiere el gobierno, es la estrategia—, pues la violencia, la cultura de la impunidad, la narco cultura, no se les está pegando ni a la estructura financiera de los cárteles, entonces se requiere repensar la estrategia, entrarle de diferente modo y creo que según las decisiones que se tomen al respecto es el resultado que vamos a tener, es cuánto tiempo vamos a tardar en frenar o no esta violencia. Estas decisiones tienen que ser más sensatas y más apegadas a la realidad y tienen que incluir a las víctimas que no estamos escuchando.
Si quiere meterse a la realidad atroz del México que esta guiando la política de Felipe Calderón, adquiera Fuego Cruzado, de Marcela Turatti. Ahí leerá, por ejemplo, lo que ocasionaron en 2010, 90,000 soldados en las calles, 15,000 marinos, 30,000 policías federales.
La ciudadanía ha exigido por diversas vías un cambio de estrategias al gobierno mexicano. La próxima marcha nacional por la paz y contra la guerra de Felipe Calderón saldrá de Cuernavaca el 5 de mayo y llegará a la Ciudad de México el 8 de mayo.
Y la creciente cifra de cadáveres parece no terminar de llenar las fosas donde el futuro del país —hombres jóvenes casi todos ellos— es enterrado.
Los reporteros mexicanos publican día tras día las noticias de los balaceados, los decapitados, los levantados, los desaparecidos, los secuestrados, los enterrados, los masacrados, los torturados, los encajuelados, los enmaletados, los disueltos en sosa, las víctimas del fuego cruzado que dejan las batallas entre militares y una legión casi invisible de bandoleros que todos llaman cárteles de la droga.
Marcela Turatti, periodista de la revista Proceso, recién publicó un libro —Fuego cruzado, las víctimas atrapadas en la guerra del narco—, edición que “intenta trascender el número de muertos”, como ella dice, para contar el dolor humano de esta cruzada institucional que ha dejado montón de heridos y familias mutiladas, sin justicia, en un hábitat cercado por la corrupción, la impunidad y el miedo de convivir en una tierra sin ley.
Diversos funcionarios de la cúpula política en Estados Unidos (EEUU) —entre ellos la secretaria de Estado, Hillary Clinton—, han aplaudido la “estrategia” del mandatario mexicano contra estos distribuidores de la droga, que son quienes nutren los vicios narcóticos de millones de estadounidenses.
En este paraje de la historia reciente de México, El Mensajero entrevistó vía telefónica a Marcela Turatti.
El Mensajero (EM).–A cuatro años de esta guerra contra el narco, ¿quién va ganando?
Marcela Turati (MT).–Todos estamos perdiendo. No creo que haya alguien que esté ganando. Miedo, es el único que está ganando terreno. Veo que todo mundo está asustado, que todo el mundo está en caos, que nadie sabe qué hacer ni cómo ni dónde va a terminar esto. El gobierno dice que se han atrapado muchos capos y se ha decomisado mucha droga —más que nunca en la historia—, pero como vemos, por más capos que se agarren, hay alguien que inmediatamente los va a sustituir. Y mientras más se ataque directamente a los cárteles se genera más violencia. Vemos que los focos de violencia están relacionados con la captura de los grandes capos: inmediatamente empieza la pelea por la sucesión, por la plaza, ver quién fue el delator, el exterminio masivo de las familias. Puede que el gobierno —pues sí, su medidor es agarrar capos y decomisar drogas—, crea que con eso nos pueda decir que están ganando la guerra, pero esta guerra ha sido muy costosa para todos. Parece una guerra contra la sociedad, creo que todos estamos perdiendo finalmente. No hay nadie que esté ganando en esta guerra.
EM.–En todo combate hay una amenaza que justifica la violencia, ¿quién es el malo en esta película?
MT.–Ciertamente hay grupos criminales que están peleando. Se dice que hay siete disputas entre los cárteles, pero pues en ciertos lugares. Los límites entre quiénes son los malos y quiénes no pues son muy difusos, porque en algunos lugares —si no es que en todos—, vemos que hay policías que están del lado de algún grupo armado; policías estatales, policías federales, militares, agentes del gobierno que también ayudan a incubar a estos grupos criminales, entonces no hay que ver esto entre buenos contra malos, sino, hay que pensar que son nuestros jóvenes contra nuestros jóvenes quienes son los que están muriendo y hay que ver qué factores sucedieron para que prefirieran meterse al crimen organizado, qué empujó a tanta gente a meterse a esto, porque los que están muriendo, los que están perdiendo la vida, son los jóvenes de este país. Por eso nos debe preocupar, no es que se estén matando malos contra malos, son jóvenes en ciertas circunstancias contra otros. Así.
EM.– La violencia parece un problema epidémico, ¿hay una verdadera estrategia de combate al narco?
MT.– Esta violencia y la situación en que estamos de la narcocultura, esta sociedad que ha incubado el narcotráfico, pues no se va a resolver a balazos. Esto está muy arraigado, hay lugares donde todo mundo está metido, donde el gobierno mismo está metido. El discurso del gobierno es que la gente que está muriendo es gente que se mata entre sí, que son los malos contra los malos, y no hay ni siquiera investigación para afirmar esto. Siempre se dice eso, que es tan fácil, que eran pandilleros, que estaban en el lugar incorrecto, que seguro tenían vínculos, pero pues vemos que no es así. Nada más se pensó en declarar una guerra, se pensó nada más en la estrategia militar y no se pensó en la violencia que podía generar, no se pensó en cómo atender a toda la gente, a todas las viudas, a todos los huérfanos, a todos los heridos, las personas que quedan lisiadas, discapacitadas, hacia dónde se van a ir las comunidades desplazadas.
EM.– La sociedad civil ha criticado esta guerra y ha salido a las calles a demandar paz, y por otro lado, EEUU alienta esta política militar, ¿debería volver el ejército a sus cuarteles?
MT.– Hay miles de personas que están sufriendo. Hay familias que están desintegradas, que están cayendo en la pobreza. Hay niños que están abandonando la escuela. Hay niños que van a tener, y ya tienen problemas afectivos grandes, no logran hacer su vida, no logran superar el duelo, no hay una atención. Es una llamada de atención urgente de que la estrategia debe cambiar y también tiene que haber otras formas de atacar al crimen organizado que no sea con más militares, que no sea con más armas, sino de una manera más integral, porque es multifactorial, de muchas dimensiones este problema. Lo que me parece es que quieren mantener así las cosas porque parece que México quiere mantener a los muertos y Estados Unidos pues librarse de cualquier responsabilidad que esto tiene, a pesar de que el consumo mayor, de mucha de esta disputa, es por el consumo de drogas en EE.UU. y también las armas con las que se están matando o nos estamos matando en México, vienen de EE.UU. Tiene que haber sensatez para pensar las cosas, para ver qué es lo mejor, para ver que esta estrategia desde el punto de vista militar solo va a generar más muertos. Lo más importante ahorita es ver cómo se restablece la paz y cómo frenamos tanta violencia.
EM.– En tu libro hablas de las víctimas de esta guerra, las “bajas colaterales” de este fuego cruzado… MT.– Se requiere una atención urgente a miles de personas que quedaron atrapadas en este fuego cruzado, miles de personas que han perdido a un familiar, a las comunidades que han sobrevivido una masacre, a tantas personas, que son miles, que están como muertos en vida, sus vidas quedaron empantanadas emocionalmente, no les está dando la vida para seguir para adelante, que quedaron en la pobreza, en la peor de las vulnerabilidades y que necesitan atención. Hay comunidades enteras que tienen pesadillas que tienen mucho miedo que no pueden hacer su vida que están perdiendo el aparato productivo que están quedando abandonadas porque no tienen a quién recurrir.
EM.– Creel, un pequeño pueblo de Chihuahua, lo destacas como un ejemplo de lo que ocurre en todo el país… MT.– Relato la masacre de agosto de 2008, cuando entra un comando armado a la comunidad de Creel. A la vista de todos matan a 13 jóvenes y el pueblo ahí se da cuenta de que su policía los había abandonado, se habían ido a un día de campo muy dudoso, muy raro, que su presidente municipal extrañamente tampoco estaba, no acude, y no tienen ni siquiera ministerios públicos que salieran a levantar los cadáveres. Las familias hacen lo que hacen, como todas estas familias que uno empieza a ver con ansia de justicia, esa frustración de hacerle justicia a sus hijos y encontrar a los asesinos. Se organizan, empieza cada quien por su cuenta a investigar y entre ellos comienzan a descubrir de dónde son los sicarios, dónde se esconden quién les da auxilio, empiezan a armar piezas de lo que pasó con los policías ese día dónde estuvieron. Encuentran los teléfonos celulares y direcciones de los sicarios y se lo dan a la Procuraduría, sin embargo, no van por ellos, los dejan escapar, entonces queda en duda la verdadera voluntad de hacer justicia (…). Cuando ven que no pasa nada que no se hizo justicia, ellos siguen investigando hasta que matan a uno de los papás, y logran frenarlos e inculcarles el miedo que habían perdido. Al ponerse a investigar se dieron cuenta de que estaban parados sobre un polvorín, que es un pueblo de tráfico de drogas, que había un capo que lo cuidaba y cuando mataron al capo del pueblo pues empezaron estos ajustes de cuentas en los que sin querer esos hijos fueron muertos o quizá alguien tenía interés de aterrorizar a todos y se empiezan a dar cuenta del cochinero, que son unas farsas los operativos, de que hay ciertos arreglos, ciertos equilibrios, y esa puede ser la historia de todos, la historia a escala de un pequeño pueblo que se repite en todas las ciudades.
EM.– La violencia y el miedo parecen una cadena de consecuencias interminables, ¿queda esperanza para el pueblo mexicano?
MT.– Estamos cargando un lastre muy fuerte, como en cuatro años, casi cinco, de violencia extrema cada vez más creciente. Hay que empezar a aplicar políticas para atender a toda esta gente que se está quedando en el camino, pero también hay que repensar qué queremos como país, hacia dónde, qué estrategia es la que tiene menos costos sociales, qué políticas cambiar para evitar esto, porque por más militares y balas y guerra y ocupación territorial —que es lo que quiere el gobierno, es la estrategia—, pues la violencia, la cultura de la impunidad, la narco cultura, no se les está pegando ni a la estructura financiera de los cárteles, entonces se requiere repensar la estrategia, entrarle de diferente modo y creo que según las decisiones que se tomen al respecto es el resultado que vamos a tener, es cuánto tiempo vamos a tardar en frenar o no esta violencia. Estas decisiones tienen que ser más sensatas y más apegadas a la realidad y tienen que incluir a las víctimas que no estamos escuchando.
Si quiere meterse a la realidad atroz del México que esta guiando la política de Felipe Calderón, adquiera Fuego Cruzado, de Marcela Turatti. Ahí leerá, por ejemplo, lo que ocasionaron en 2010, 90,000 soldados en las calles, 15,000 marinos, 30,000 policías federales.
La ciudadanía ha exigido por diversas vías un cambio de estrategias al gobierno mexicano. La próxima marcha nacional por la paz y contra la guerra de Felipe Calderón saldrá de Cuernavaca el 5 de mayo y llegará a la Ciudad de México el 8 de mayo.
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