El mundo los percibe como promiscuos y pervertidos, pero en realidad son presas de su necesidad insaciable de sexo. Sufren más de lo que gozan. Y aunque, según los expertos,
el número de mexicanos con esta enfermedad va en aumento, en el país no hay una sola clínica especializada en dicho trastorno
CIUDAD DE MÉXICO, Al principio se recurre a la masturbación compulsiva y a la visita de sitios pornográficos en internet. Después viene el gasto excesivo en líneas eróticas y el uso del chat para pactar citas. Con el paso del tiempo llegan los encuentros sexuales con desconocidos y hasta el exhibicionismo... Al final viene la ruina económica, el abandono de amigos, los divorcios, problemas laborales, la depresión y la pérdida de la autoestima.
Recientemente incorporada al manual de enfermedades del comportamiento, la sexoadicción es una de las dependencias menos confesadas y visibles en México. De hecho, no existe una sola clínica especializada para tratar este padecimiento.
Los afectados son aquellos que consumen sexo de manera insaciable, pero que gozan menos de lo que sufren. El dolor ha suplantado al placer, pero no pueden dejar de sostener relaciones sexuales, así sea con quienes van pasando por la calle. No pueden llevar una relación estable, no se concentran en el trabajo y terminan por aislarse de la familia.
En Estados Unidos, donde los escándalos sexuales de figuras famosas destaparon el tema, se estima que el problema afecta a seis por ciento de la población. Expertos aseguran que el número de pacientes que pide ayuda en México por este trastorno va en aumento.
“En Estados Unidos, Reino Unido, Italia, España y Francia, ya existen centros integrales para tratar esta enfermedad. Esperamos contar con una clínica especializada en México próximamente, pues de no tratarse, puede tener consecuencias negativas en la vida del enfermo”, asegura Alejandro Barriguete, especialista en adicciones y director general de GENS México.
“Lamentablemente en este país el sexo sigue siendo un tema tabú y se estigmatiza tanto a la persona que en ocasiones no se atreve a pedir la ayuda necesaria.”
Cuando el deseo se vuelve enfermedad
Lejos de disfrutar la sexualidad tanto de manera física como emocional, el sexoadicto, consciente de que está fuera de control, siente culpa, vergüenza y malestar. Para dejar de sentirse mal, busca repetir esta conducta, cayendo en un círculo vicioso, cuya única salida es la ayuda profesional.
“Los pacientes llegan a pedir ayuda en estado de desesperación, avergonzados y sobre todo con muy poca información del tema”, asegura la doctora Libe Molina, sicoterapeuta sexual y sexóloga, quien atiende a varios pacientes con esta dependencia.
Molina puntualiza la importancia de diferenciar entre el excesivo deseo sexual y lo que es propiamente una enfermedad.
“La diferencia entre alguien que es muy activo sexualmente —que disfruta de su sexualidad y puede tener relaciones tres veces al día, de diferentes maneras e incluso con diferentes parejas— y una persona que padece sexoadicción es precisamente la pérdida de control. Esta última, necesita cada vez mayores estímulos para sentirse satisfecha. Estamos hablando de personas que se convierten en rehenes de sus propios pensamientos y de su propia angustia por conseguir el estímulo sexual, que comienzan a ser disfuncionales en otras áreas de su vida y a pesar de querer frenar la conducta no pueden.”
Los expertos coinciden en que no se trata de una perversión o de una simple promiscuidad, sino de una enfermedad biofisiológica y sicológica que tiene repercusiones en el entorno social, cultural y familiar. Si el enfermo no pide ayuda a tiempo es probable que termine con un matrimonio roto, en la ruina económica, despido laboral y frustración.
La infidelidad es su modus vivendi
La obsesión por el sexo muchas veces ciega a quien la padece. Así le sucedió a Óscar, productor de 39 años de edad. “Desde que tuve mi primera experiencia sexual, a los 16 años, me gustó y no dejé de tenerlas. En un momento de mi vida, perdí el control y no fue hasta que perdí a mi esposa y a mis hijos que pedí ayuda.”
Por cuestiones de trabajo, Óscar acudía a muchos eventos en los que conocía a mujeres. “La primera vez que le fui infiel a mi esposa sentí culpa y remordimiento y, aunque me prometí no volverlo a hacer, cada vez sentía mayores deseos y no podía evitarlo.”
Óscar frecuentaba cada vez más centros nocturnos y gastaba más en prostitutas, hoteles y pornografía.
“Comencé a mentirle a mi esposa y a mis hijos, una mentira llevaba a otra y, de pronto, me encontré en un hoyo negro del que no podía salir. Me sentía avergonzado, deprimido. Las finanzas en la casa estaban cada vez peor, me gastaba el dinero de la colegiatura en “tables” y empecé a beber con frecuencia.
“Mi esposa me dejó, mis amigos se alejaron de mí y fue hasta que un día desperté con dos hombres en un cuarto de hotel, sin ser yo homosexual, cuando decidí pedir ayuda”, confiesa Óscar, quien actualmente recibe terapia personal para superar esta dependencia.
El “contagio” a la familia
Los esposos o esposas del adicto al sexo, así como los hijos, sufren a la par. Los cambios en el estado de ánimo del enfermo son muy frecuentes y esto hace cada vez más difícil la comunicación con los que lo rodean.
La creciente desconfianza por parte de la familia, las repetidas decepciones, la frustración por querer ayudar hacen la convivencia muy dolorosa y tensa, explica Libe Molina.
“Cuando los hijos detectan que alguno de sus padres presenta una conducta sexual descontrolada se siente sumamente avergonzado, lo asocia inmediatamente con una perversión y es probable que necesite terapia.”
Respecto a las parejas, asegura que en repetidas ocasiones terminan en divorcio o rompimiento después de un periodo desgastante de frustración y sufrimiento. “Para ellos/ellas es difícil entender que se trata de una adicción y que no tienen la culpa. En muchas ocasiones se esfuerzan en vano por mejorar la vida sexual con su pareja y por lucir mejor, pensando que quizás así evitarían la infidelidad, pero desgraciadamente no hay nada que ellos puedan hacer”, asegura Libe Molina, quien también proporciona terapia a esposas y esposos de adictos.
Cuando ya nada es suficiente
Es común que los adictos al sexo utilicen todos los medios posibles por satisfacer el estímulo sexual. “Estamos hablando de personas que pueden pasar toda la noche viendo pornografía y masturbándose hasta llegar a lastimarse. Que se gastan miles de pesos en líneas de teléfono eróticas o que van de reunión en reunión buscando parejas sexuales, porque, como en toda adicción, cada vez necesitan más para sentirse bien”, dice la sicoterapeuta Lime Molina.
En el plano sexual, el adicto busca también nuevas formas de relacionarse, pues las convencionales ya no le son suficientes. “Hablamos de personas que quedan atrapadas en conductas de sumisión o de sometimiento. Tienden a las relaciones sadomasoquistas y es muy probable que permitan cosas abusivas, todo por ser aceptados sexualmente”, asegura Alejandro Barriguete, director general de GENS México.
A diferencia de otras adicciones, como la del tabaco, las drogas o el alcohol, la adicción al sexo se desarrolla generalmente en una edad más avanzada, entre los 25 y 30 años de edad. En 90 por ciento de los casos, el enfermo lo niega, lo que hace aún más difícil su tratamiento oportuno.
Tocar fondo
Así fue en el caso de Óscar. “Aún me siento avergonzado de tantas cosas que hice, y cómo en ocasiones puse en peligro la vida de mis hijos por satisfacer mi deseo sexual.”
Recuerda cómo en una ocasión que su esposa estaba de viaje, se llevó consigo a su hijo de tan sólo seis meses de edad, y lo dejó en el auto en el estacionamiento de un hotel. “Pensé que me tardaría unos minutos, pero se convirtieron en horas y al regresar mi hijo estaba despierto y llorando. Me sentí la persona más egoísta, pero tengo que perdonarme y entender que estaba enfermo.”
Lleva 11 semanas de abstinencia sexual y se siente afortunado por no haber contraído ninguna enfermedad de transmisión sexual y conservar su empleo. Confiesa que en ocasiones el deseo sexual era tan grande que no se preocupaba por cuidarse.
“Lo más difícil no es el no tener contacto sexual, sino el desviar ese pensamiento. Estoy ayudando a mi hijo con su tarea y me invaden pensamientos sexuales o si salgo a comprar algo sé que no puedo acercarme a las revistas pornográficas, porque eso me desata esta conducta compulsiva”, explica el productor.
Óscar asegura que no es el único que padece esta dependencia y considera que es la vergüenza y el temor lo que muchas veces impide que busques ayuda. “A diferencia de un alcohólico o drogadicto, el sexoadicto se visualiza como un pervertido, promiscuo e infiel. Yo no sabía que estaba enfermo hasta que pedí ayuda y, aunque aún me falta mucho por superar, me salvó la vida.”
Tratamiento y atención
En México no existen clínicas de rehabilitación enfocadas a atender la adicción al sexo. La mejor alternativa es buscar terapia personalizada:
Una opción es incorporarse a un grupo de autoayuda como Adictos Anónimos al Sexo y al Amor, Compulsivos Sexuales Anónimos o Sexahólicos Anónimos, que se reúnen semanalmente y utilizan el programa de los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos.
En estas reuniones se comparten historias que proporcionan una cierta tranquilidad frente a las preocupaciones.
La idea es convivir con otras personas que están intentando solucionar el mismo tipo de problemas.
También pueden encontrarse una serie de programas de recuperación vía internet.
La mayoría de los sitios son en inglés:
www.sa.org
www.sexaa.org
www.sca-recovery.org
EXCÉLSIOR
Adriana Méndez
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