SALTILLO, Coah. (apro).- En Sinaloa y en algunas otras regiones del país se vive “un ambiente espinoso, plagado de fusiles automáticos, con un tipo con el dedo en el gatillo que parecen siempre apuntándote”, y en medio de ese contexto hay que hacer periodismo, asegura Javier Valdez Cárdenas, autor del libro Levantones.
Valdez, uno de los cuatro fundadores del semanario Ríodoce que circula en Sinaloa, recogió las desgarradoras historias que viven padres, hermanos, hijos de las víctimas de una guerra no declarada pero que a todos perjudica.
“Hay historias de víctimas y victimarios. Es un libro que me llevó más de un año en terminarlo. Con historias del norte del país, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas y Coahuila”, enfatiza.
Son crónicas que fueron investigadas con un tratamiento humano a las desapariciones forzadas.
Cuenta esta tragedia que se vive en varias regiones del país con “muertes incesantes, que no terminan”. Historias de personas ‘levantadas’, que se convierten en una indescriptible tragedia para sus familias, quienes se quedan sin un cadáver a quien llorar.
Valdez Cárdenas destaca que en este desolador panorama el gobierno ha asumido el papel de empresa funeraria, que ya únicamente se dedica a buscar cadáveres.
No investiga, a pesar de que los cuerpos estén a la vuelta de la esquina. En este ambiente de impunidad, de complacencia, de insensibilidad, no encuentran a los cadáveres y tampoco se castiga a los responsables. Exigir justicia en estos casos “es una utopía en este pinche país”, dice.
“Cuento este escenario de dolor interminable, pero también la lucha heroica de muchas familias, de muchas madres. Como Eloísa Pérez Cibrián, quien me inspiró a escribir el libro; y a quien se lo dediqué, la madre de un chavo de cerca de 18 años o menor, Carlos, quien desapareció cuando estaba fuera de su casa y aún lo está buscando”.
Hasta ahora la Procuraduría General de Sinaloa no le entrega los exámenes de ADN de un cuerpo que piensan que podría ser el de Carlos. Sin embargo, la madre considera que no es el cuerpo de su hijo. “Pero las autoridades se lo ofrecen como si fuera una oferta, una ganga, con tal de deshacerse del cadáver y del caso”.
También incluyó la historia de Alfredo Jiménez, el reportero del periódico El Imparcial de Sonora, quien laboró en El Debate y Noroeste, de Culiacán, y está desaparecido desde hace ya varios meses.
“En estas historias hay un papel relevante, que es el de las fuerzas armadas, las policías, porque pocas veces aparecen como instancias de procuración de justicia o de aplicación de la ley, sino más bien aparecen como cómplices de la delincuencia organizada o ejecutores directos de las desapariciones”, denuncia.
Valdez Cárdenas destaca que le resultó muy difícil investigar sobre estos casos, cuando no existen condiciones para hacer periodismo, mucho menos investigar a fondo los temas:
“Batallé mucho para conocer detalles de los casos, sobre todo porque la autoridad está cerrada, precisamente porque fungen como cómplices o porque no hacen nada. La mayoría de los documentos oficiales que cito me fueron proporcionados por los familiares de las víctimas. Sin embargo, yo no le apuesto mucho a los documentos o a las cifras oficiales”.
En Sinaloa existe la cifra oficial de 250 desaparecidos en los últimos cinco años, pero hay muchos más casos sin denunciar debido a que la gente tiene miedo de acudir a las autoridades ante el temor de una represalia por parte de los grupos criminales o del gobierno.
“Desgraciadamente, todas las cifras que se pueden encontrar se quedan muy por debajo de la gravedad de este fenómeno”, agrega.
“Lamentablemente se está utilizando la desaparición como una estrategia del gobierno para decir que no hay homicidios o que bajaron. Efectivamente, puede ser que hayan bajado los asesinatos, aunque no la violencia, ya que lo que ha aumentado de manera escandalosa son las desapariciones”, dice el autor.
Enfatiza que los “levantones” se han convertido en una especie de exterminio. “Como borrar del mapa un cadáver, las huellas, la sangre y hacer de alguien que existió algo que en realidad nunca tuvo vida”.
Considera que no se debe medir la violencia que registra el país en función de los asesinatos.
Cobertura del narco en Sinaloa
Subraya que la cobertura del narcotráfico es muy diferente en Sinaloa respecto al resto del país. “En este estado tenemos una historia de 80 años de narcotráfico. Es, quizá, el estado con más tiempo, con más antigüedad en este panorama”.
Sinaloa se distingue del resto del país por contar con un cártel predominante, “que le apuesta a que si se hace ruido es porque ellos lo hacen, ellos lo deciden, ellos lo ordenan”.
“Nosotros a veces estamos muy desconcertados en Ríodoce, por la respuesta del narco. Claro que si hay acechanzas, amenazas o acoso. En el caso del semanario es una política no decir las amenazas que tenemos porque está tan descompuesto el escenario y hay tanta decadencia que cualquiera, el gobierno en sus distintos niveles, el vecino o el narco o el empresario puede aprovechar para hacerte daño”, explica.
“En Sinaloa estamos bajo el mando de un solo cártel. No estamos en medio de las pugnas entre varios grupos como sí lo están compañeros de Tamaulipas, de Coahuila, Nuevo León, Veracruz, Michoacán, Ciudad Juárez y Guerrero.
“Quizá ello ayude a entender por qué, de alguna manera, no se conocen o no hay tantos casos de agresiones o de amenazas a periodistas o de asesinatos a comunicadores, como las hay en otras regiones”, considera Javier Valdez.
Eso explica lo que sucede con el periodismo en Sinaloa, donde los periodistas pueden escribir sobre el narcotráfico siempre y cuando no transgredan los límites que los narcos imponen, entre otros, meterse con sus familias o denunciar la relación de las empresas del cártel con empresarios y gobierno.
“Ellos tienen el mando en el estado, ellos son la autoridad, ellos son el gobierno, ellos son la ley. Ellos deciden quién muere y quién no”, afirma.
El autor de Levantones, asegura que en Ríodoce han aprendido a guardar información importante, a no publicar todo, a ubicar lo que no se debe escribir, “parece incongruente, una contradicción, una burla macabra, pero tenemos que saber qué suelo pisamos, qué no debemos publicar para seguir escribiendo, aunque sea una parte de este infierno que está pasando en nuestra región”.
“En ese ambiente espinoso lleno de fusiles automáticos que parecen siempre apuntándote y un tipo con el dedo en el gatillo, hay que hacer periodismo y creo que Ríodoce aprendió a hacer periodismo y seguir contando estas historias, aunque sea en trocitos en esta sucursal del infierno en la que se ha convertido Sinaloa”, admite.
Valdez lamenta que en medio de tanta violencia generada por el narcotráfico, donde reina la impunidad y la injusticia, los medios estén en una especie de retirada del oficio periodístico.
“Hay como una rendición de los medios a la criminalidad y ante los poderosos, por temor o por línea de las empresas o por coyunturas políticas electorales, pero nos hemos limitado a esta cobertura de contar los muertos que es una cobertura mediocre e incluso criminal, que son irresponsables respecto al dolor de las víctimas.
“Es una pena que nos estemos preocupando más por reproducir el discurso gubernamental de buenos y malos, en lugar de investigar qué hay detrás. Qué razones llevaron a un homicida o a un secuestrador o a un soldado para desaparecer a una persona”, lamenta.
“Los periodistas –dice–, de alguna manera hemos contribuido a la deshumanización de este escenario de terror. Sin embargo, aún podemos abonar a la deuda que tenemos con la sociedad mexicana, humanizando este periodismo, esta cobertura, porque no se asume que el narcotráfico dejó de ser un fenómeno policiaco.
“Ahora es una forma de vida, que aunque yo no tenga nada que ver con el narco, o aunque no fuera periodista la violencia nos salpica, determina, influye, golpea”.
“Hace que me sumerja en las mieles del poder del narco o bien que lo padezca y que huya de mi casa o de la ciudad en la que vivo, porque el narco es una acechanza permanente”, concluyó.
Valdez, uno de los cuatro fundadores del semanario Ríodoce que circula en Sinaloa, recogió las desgarradoras historias que viven padres, hermanos, hijos de las víctimas de una guerra no declarada pero que a todos perjudica.
“Hay historias de víctimas y victimarios. Es un libro que me llevó más de un año en terminarlo. Con historias del norte del país, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas y Coahuila”, enfatiza.
Son crónicas que fueron investigadas con un tratamiento humano a las desapariciones forzadas.
Cuenta esta tragedia que se vive en varias regiones del país con “muertes incesantes, que no terminan”. Historias de personas ‘levantadas’, que se convierten en una indescriptible tragedia para sus familias, quienes se quedan sin un cadáver a quien llorar.
Valdez Cárdenas destaca que en este desolador panorama el gobierno ha asumido el papel de empresa funeraria, que ya únicamente se dedica a buscar cadáveres.
No investiga, a pesar de que los cuerpos estén a la vuelta de la esquina. En este ambiente de impunidad, de complacencia, de insensibilidad, no encuentran a los cadáveres y tampoco se castiga a los responsables. Exigir justicia en estos casos “es una utopía en este pinche país”, dice.
“Cuento este escenario de dolor interminable, pero también la lucha heroica de muchas familias, de muchas madres. Como Eloísa Pérez Cibrián, quien me inspiró a escribir el libro; y a quien se lo dediqué, la madre de un chavo de cerca de 18 años o menor, Carlos, quien desapareció cuando estaba fuera de su casa y aún lo está buscando”.
Hasta ahora la Procuraduría General de Sinaloa no le entrega los exámenes de ADN de un cuerpo que piensan que podría ser el de Carlos. Sin embargo, la madre considera que no es el cuerpo de su hijo. “Pero las autoridades se lo ofrecen como si fuera una oferta, una ganga, con tal de deshacerse del cadáver y del caso”.
También incluyó la historia de Alfredo Jiménez, el reportero del periódico El Imparcial de Sonora, quien laboró en El Debate y Noroeste, de Culiacán, y está desaparecido desde hace ya varios meses.
“En estas historias hay un papel relevante, que es el de las fuerzas armadas, las policías, porque pocas veces aparecen como instancias de procuración de justicia o de aplicación de la ley, sino más bien aparecen como cómplices de la delincuencia organizada o ejecutores directos de las desapariciones”, denuncia.
Valdez Cárdenas destaca que le resultó muy difícil investigar sobre estos casos, cuando no existen condiciones para hacer periodismo, mucho menos investigar a fondo los temas:
“Batallé mucho para conocer detalles de los casos, sobre todo porque la autoridad está cerrada, precisamente porque fungen como cómplices o porque no hacen nada. La mayoría de los documentos oficiales que cito me fueron proporcionados por los familiares de las víctimas. Sin embargo, yo no le apuesto mucho a los documentos o a las cifras oficiales”.
En Sinaloa existe la cifra oficial de 250 desaparecidos en los últimos cinco años, pero hay muchos más casos sin denunciar debido a que la gente tiene miedo de acudir a las autoridades ante el temor de una represalia por parte de los grupos criminales o del gobierno.
“Desgraciadamente, todas las cifras que se pueden encontrar se quedan muy por debajo de la gravedad de este fenómeno”, agrega.
“Lamentablemente se está utilizando la desaparición como una estrategia del gobierno para decir que no hay homicidios o que bajaron. Efectivamente, puede ser que hayan bajado los asesinatos, aunque no la violencia, ya que lo que ha aumentado de manera escandalosa son las desapariciones”, dice el autor.
Enfatiza que los “levantones” se han convertido en una especie de exterminio. “Como borrar del mapa un cadáver, las huellas, la sangre y hacer de alguien que existió algo que en realidad nunca tuvo vida”.
Considera que no se debe medir la violencia que registra el país en función de los asesinatos.
Cobertura del narco en Sinaloa
Subraya que la cobertura del narcotráfico es muy diferente en Sinaloa respecto al resto del país. “En este estado tenemos una historia de 80 años de narcotráfico. Es, quizá, el estado con más tiempo, con más antigüedad en este panorama”.
Sinaloa se distingue del resto del país por contar con un cártel predominante, “que le apuesta a que si se hace ruido es porque ellos lo hacen, ellos lo deciden, ellos lo ordenan”.
“Nosotros a veces estamos muy desconcertados en Ríodoce, por la respuesta del narco. Claro que si hay acechanzas, amenazas o acoso. En el caso del semanario es una política no decir las amenazas que tenemos porque está tan descompuesto el escenario y hay tanta decadencia que cualquiera, el gobierno en sus distintos niveles, el vecino o el narco o el empresario puede aprovechar para hacerte daño”, explica.
“En Sinaloa estamos bajo el mando de un solo cártel. No estamos en medio de las pugnas entre varios grupos como sí lo están compañeros de Tamaulipas, de Coahuila, Nuevo León, Veracruz, Michoacán, Ciudad Juárez y Guerrero.
“Quizá ello ayude a entender por qué, de alguna manera, no se conocen o no hay tantos casos de agresiones o de amenazas a periodistas o de asesinatos a comunicadores, como las hay en otras regiones”, considera Javier Valdez.
Eso explica lo que sucede con el periodismo en Sinaloa, donde los periodistas pueden escribir sobre el narcotráfico siempre y cuando no transgredan los límites que los narcos imponen, entre otros, meterse con sus familias o denunciar la relación de las empresas del cártel con empresarios y gobierno.
“Ellos tienen el mando en el estado, ellos son la autoridad, ellos son el gobierno, ellos son la ley. Ellos deciden quién muere y quién no”, afirma.
El autor de Levantones, asegura que en Ríodoce han aprendido a guardar información importante, a no publicar todo, a ubicar lo que no se debe escribir, “parece incongruente, una contradicción, una burla macabra, pero tenemos que saber qué suelo pisamos, qué no debemos publicar para seguir escribiendo, aunque sea una parte de este infierno que está pasando en nuestra región”.
“En ese ambiente espinoso lleno de fusiles automáticos que parecen siempre apuntándote y un tipo con el dedo en el gatillo, hay que hacer periodismo y creo que Ríodoce aprendió a hacer periodismo y seguir contando estas historias, aunque sea en trocitos en esta sucursal del infierno en la que se ha convertido Sinaloa”, admite.
Valdez lamenta que en medio de tanta violencia generada por el narcotráfico, donde reina la impunidad y la injusticia, los medios estén en una especie de retirada del oficio periodístico.
“Hay como una rendición de los medios a la criminalidad y ante los poderosos, por temor o por línea de las empresas o por coyunturas políticas electorales, pero nos hemos limitado a esta cobertura de contar los muertos que es una cobertura mediocre e incluso criminal, que son irresponsables respecto al dolor de las víctimas.
“Es una pena que nos estemos preocupando más por reproducir el discurso gubernamental de buenos y malos, en lugar de investigar qué hay detrás. Qué razones llevaron a un homicida o a un secuestrador o a un soldado para desaparecer a una persona”, lamenta.
“Los periodistas –dice–, de alguna manera hemos contribuido a la deshumanización de este escenario de terror. Sin embargo, aún podemos abonar a la deuda que tenemos con la sociedad mexicana, humanizando este periodismo, esta cobertura, porque no se asume que el narcotráfico dejó de ser un fenómeno policiaco.
“Ahora es una forma de vida, que aunque yo no tenga nada que ver con el narco, o aunque no fuera periodista la violencia nos salpica, determina, influye, golpea”.
“Hace que me sumerja en las mieles del poder del narco o bien que lo padezca y que huya de mi casa o de la ciudad en la que vivo, porque el narco es una acechanza permanente”, concluyó.
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