Se habla del amor con la mayor displicencia. En un tris, se ama y se deja de amar tan fácilmente como cambiarse de ropa.
El amor, viene asociado a la satisfacción que produce el ser a quién se dice amar porque el sexo se ha convertido en sinónimo de amor: “Las mujeres dan sexo para recibir amor, los hombres dan amor para recibir sexo”. La compatibilidad se mide en la cama.
Y es, en ese ir y venir, que una generación de gente muy sola se levanta aburrida de la vida sin esperanza de encontrar a la persona adecuada. Parte importante de su tiempo lo usan para buscar pareja, algo que esconden bajo el disimulo del ligue o del levante furtivo. En el fondo, el reloj biológico y la presión social hacen lo suyo, instando a romper con esa soledad que termina viéndosela como fracaso. Las series de televisión y las comedias románticas del cine, tocan una y otra vez el asunto gozando de altos ratings; y, por más que escuchemos esas vacías afirmaciones y conceptos tontos sobre el matrimonio o la relación estable de pareja, sin excepción, tarde o temprano todos sienten la necesidad de sentar un hogar y disfrutar de él. Sin embargo, la pregunta: ¿amamos sólo si estamos en pareja?
Uno de los poemas más hermosos que hay sobre el amor, es el 1 Corintios 13 –que les invito a buscar en la red y ¡atesorarlo!- Su frase más elocuente: “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido”. Sin amor, la vida se vuelve insulsa y perdemos de vista el sentido de vivir. La naturaleza humana está hecha de amor, por ello, esa imperiosa necesidad de amar y ser amado, sin lo cual se sufre. Para encontrar amor, hace falta saber qué es el amor y cómo darlo. El sexo es, simplemente, una de las tantas formas de expresar y consumar el amor. El amor es energía que mueve y sustenta todo cuanto rodea. No daña, no engaña no necesita mentir. El amor perdona, acepta y aprende. Es humilde y sin rencores. El engaño, la mentira, la violencia y el egoísmo, no son manifestaciones de amor sino del ego buscando satisfacerse a sí, por ende, es sólo un amor egocéntrico. Para dar amor necesitamos desapego, paciencia y compasión. Ponerse en los zapatos del otro para comprender a cabalidad sus sentimientos. Es común creer que se ama y, en realidad, lo que se ama es el reflejo de uno mismo en la otra persona; nuevamente, un amor egocéntrico.
Amamos, cuando aprendemos a callar y a escuchar. Prestar atención a la otra persona, es manifestación de amor así como respetar lo que dice y piensa sin tratar de convencerla de su error o equivocación. A menudo, la conversación gira en torno a una sola persona, aquella que busca tener la razón o acaparar la palabra, sin dar el espacio a otros. Amamos, cuando aprendemos a comprender las razones del otro, incluso, sin conocerlas del todo. Amamos, cuando prodigamos afecto a borbotones: besos, abrazos, palabras dulces y cariñosas, caricias, sin escatimar. Amamos, cuando en silencio nos conectamos con todo absolutamente todo cuanto nos rodea -cosas, naturaleza y gente-, cerramos los ojos e imaginamos el amor como una corriente que sube por nuestro pecho y sale por nuestro corazón. Es ahí, cuando entramos en contacto con el Creador y la alquimia del amor hace posible salud, belleza y juventud. Hay muchas formas de amar, comenzando por amar lo que se hace, lo que se tiene, lo que hay. “Ama y haz lo que quieras” dijo San Agustín. ¡Qué ciertas son sus palabras!
El amor, viene asociado a la satisfacción que produce el ser a quién se dice amar porque el sexo se ha convertido en sinónimo de amor: “Las mujeres dan sexo para recibir amor, los hombres dan amor para recibir sexo”. La compatibilidad se mide en la cama.
Y es, en ese ir y venir, que una generación de gente muy sola se levanta aburrida de la vida sin esperanza de encontrar a la persona adecuada. Parte importante de su tiempo lo usan para buscar pareja, algo que esconden bajo el disimulo del ligue o del levante furtivo. En el fondo, el reloj biológico y la presión social hacen lo suyo, instando a romper con esa soledad que termina viéndosela como fracaso. Las series de televisión y las comedias románticas del cine, tocan una y otra vez el asunto gozando de altos ratings; y, por más que escuchemos esas vacías afirmaciones y conceptos tontos sobre el matrimonio o la relación estable de pareja, sin excepción, tarde o temprano todos sienten la necesidad de sentar un hogar y disfrutar de él. Sin embargo, la pregunta: ¿amamos sólo si estamos en pareja?
Uno de los poemas más hermosos que hay sobre el amor, es el 1 Corintios 13 –que les invito a buscar en la red y ¡atesorarlo!- Su frase más elocuente: “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido”. Sin amor, la vida se vuelve insulsa y perdemos de vista el sentido de vivir. La naturaleza humana está hecha de amor, por ello, esa imperiosa necesidad de amar y ser amado, sin lo cual se sufre. Para encontrar amor, hace falta saber qué es el amor y cómo darlo. El sexo es, simplemente, una de las tantas formas de expresar y consumar el amor. El amor es energía que mueve y sustenta todo cuanto rodea. No daña, no engaña no necesita mentir. El amor perdona, acepta y aprende. Es humilde y sin rencores. El engaño, la mentira, la violencia y el egoísmo, no son manifestaciones de amor sino del ego buscando satisfacerse a sí, por ende, es sólo un amor egocéntrico. Para dar amor necesitamos desapego, paciencia y compasión. Ponerse en los zapatos del otro para comprender a cabalidad sus sentimientos. Es común creer que se ama y, en realidad, lo que se ama es el reflejo de uno mismo en la otra persona; nuevamente, un amor egocéntrico.
Amamos, cuando aprendemos a callar y a escuchar. Prestar atención a la otra persona, es manifestación de amor así como respetar lo que dice y piensa sin tratar de convencerla de su error o equivocación. A menudo, la conversación gira en torno a una sola persona, aquella que busca tener la razón o acaparar la palabra, sin dar el espacio a otros. Amamos, cuando aprendemos a comprender las razones del otro, incluso, sin conocerlas del todo. Amamos, cuando prodigamos afecto a borbotones: besos, abrazos, palabras dulces y cariñosas, caricias, sin escatimar. Amamos, cuando en silencio nos conectamos con todo absolutamente todo cuanto nos rodea -cosas, naturaleza y gente-, cerramos los ojos e imaginamos el amor como una corriente que sube por nuestro pecho y sale por nuestro corazón. Es ahí, cuando entramos en contacto con el Creador y la alquimia del amor hace posible salud, belleza y juventud. Hay muchas formas de amar, comenzando por amar lo que se hace, lo que se tiene, lo que hay. “Ama y haz lo que quieras” dijo San Agustín. ¡Qué ciertas son sus palabras!
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