Sergio Renan tomó un café y dialogó sin tregua con Teté Coustarot. El cofla, como le dicen los amigos, asegura que la mujer representa la espiritualidad, el refinamiento, la delicadeza y el sexo salvaje. Un mano a mano tremendo en Democracia.
Realicé la entrevista con Sergio Renán en uno de los cafés que suele frecuentar casi todas las tardes. Acaso ese sea el ámbito más representativo para dialogar con una figura que tan bien encarna la porteñidad en muchas de sus expresiones, desde el apodo con que lo llaman sus íntimos, “Cofla”, hasta el respeto por los códigos que rigen la amistad masculina y los rituales como el café compartido con amigos.


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Renán es un hombre culto, pícaro y dueño de un rico vocabulario que comenzó a forjar desde su infancia, cuando en la biblioteca de sus padres leía de manera caótica todos los libros que tenía a su alcance.

Esos atributos le dan a esta conversación los condimentos para hacerla inolvidable. Durante más de media hora hablará de su pasión por Racing, club con el que todavía se ilusiona como un niño en cada uno de sus partidos, de su admiración por las mujeres y de su destacada trayectoria como actor y director de cine, teatro y ópera.

Su carrera profesional, reconocida unánimemente, tiene logros extraordinarios como el de haber conseguido con su ópera prima cinematográfica, “La tregua”, la primera nominación al Oscar para el cine argentino.

En teatro, quedarán en la memoria obras como “Las criadas” o “Drácula”, mientras que en el campo de la ópera deslumbró con puestas en escena como la de “Lady Macbeth” o “La flauta mágica”.

Así y todo, este prolífico y extraordinario artista sigue soñando con nuevos proyectos que, como comentará durante la charla, planea realizar en breve. -Tenés muchas características que conforman una personalidad absolutamente rica, que me parece injusto limitar solamente a la parte artística: el valor que le das a la amistad, lo solidario que sos, tu fanatismo por Racing.

- Lo que vos planteás tiene relación con valores que se adquieren a partir de una casa donde se te forma una idea, que puede ser muy esquemática, de lo que está bien y lo que está mal. Yo tuve muy buenos viejos; entonces, si bien parte de los diez mandamientos con el curso de los años fueron desechados por mí, otros no. La lealtad es uno de los valores con los que fui educado. Me incluyo entre los que toman la porteñidad como una especie de militancia. No tengo muy claro cómo funcionan las cosas para las nuevas generaciones, supongo que ciertas cosas serán iguales y otras diferentes, pero cuando yo era joven el culto a la amistad masculina incluía ciertos códigos, entre los cuales estaba la solidaridad, la lealtad, la discreción…

-Y la discreción como valor supremo. -Exacto: no hacer bandera, no ser excesivo en la expresión de los sentimientos.

-¿Notás que todos estos valores se han trastocado un poco ahora? -No lo tengo muy claro. Es cierto que tienen un componente quizás machista, porque esos espacios de los que te hablo eran como si dijéramos clubes de amigos, de hombres. Pero con todo lo que aparentemente tienen de excluyente, de verdad son valores extensibles a toda tu relación con la vida y con los seres humanos. Eso de aprender que ciertas cosas están bien y otras están mal y que hay que tratar de ser la mejor persona posible, con las dificultades que eso supone, es parte de lo que a uno le enseñaron.

-Me encanta que tus amigos, cuando hablan de vos, te llaman el “Cofla”. Hasta allí hay una utilización del lunfardo. -En mi caso, por la índole de mi relación con la cultura académica (en este caso, lo de “académica” no es por racinguista), mi relación con la cultura popular y sus códigos es algo que me llegó en la adolescencia. En mi casa no se escuchaba música que no fuera clásica, era una casa con muchos libros, los cuales se convirtieron en fetiche para mí…

-¿Cuáles fueron esos primeros libros? ¿Recordás cuál fue el primero que te voló la cabeza? -No, mirá, los libros que yo leía eran absurdos para la edad que tenía porque, más allá de la literatura a la que me inducía mi hermana, que era bastante mayor que yo, cuando me quedaba solo en esa biblioteca que me hipnotizaba elegía libros por el título, por la portada, por factores que no tenían nada que ver con mi posibilidad de entenderlos; entonces leí a los ocho años a Virginia Woolf, a William Faulkner; leí libros absurdos, además de “Los tres mosqueteros”…

-Los clásicos… -Algunos de los clásicos. Por ejemplo, Salgari nunca formó parte de mis preferidos. Julio Verne sí y Alejandro Dumas también, pero junto con eso leía libros disparatados de los cuales no entendía nada pero de alguna manera me rompían la cabeza, y me crearon un universo imaginativo que me acompañó desde muy chico.

-¿Cómo entra en ese universo tu pasión por Racing? ¿Vino de tu papá, de algún vecino? -No, mi papá odiaba el fútbol. Es como te venía diciendo: ese vínculo con lo popular donde aparecieron Racing y el tango llegó a través de un primo mayor, uno de esos personajes que no sé si seguirán existiendo, un muchacho de 25 años que va a buscar a un primo de diez u once para llevarlo a la cancha. En aquel momento él se lo planteó como algo didáctico, trataba de generar una conversión en mí. Entonces creó una asociación, que por otra parte es correcta porque la he comprobado con los años, entre Racing y el tango, porque hay una desproporcionada cantidad de próceres del tango que son de Racing, a partir de Gardel. Entonces él me llevaba a la cancha, me mostraba a cantores y músicos de tango que estaban en la tribuna y me decía: “¿Ves, pibe?, este también es de la Academia”. Y así el tango y Racing aparecieron juntos y juntos quedaron para siempre.

-Cuando uno recorre tu vida, ve qué cantidad de cosas hiciste, cuánta creatividad y qué necesidad de expresarla... -Bueno, fue apareciendo progresivamente y con los años. Frente a la alternativa entre la música y la actuación me definí por la actuación; luego apareció de manera muy poderosa la dirección, porque sentí que, aunque me sigue gustando mucho la actuación, mi identidad se expresa mucho más en lo que puedo hacer como director. Y para mí dirigir incluía cine, teatro y ópera, era cuestión de ver con cuál comenzaba, y comencé con “Las criadas” en teatro, con Alterio, Brandoni y Bidart. En el 74 debuté como director de cine con “La tregua” y en el 84 como director de ópera con “Manón”. Lo que no formaba parte de mis proyectos, ni de mis fantasías ni de mis ambiciones, era ser funcionario cultural, pero igualmente ejercí funciones en el Colón, en la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería y en el Fondo de las Artes.

-Pero ¿no te parece que algo así tenía que venir? -La verdad es que no lo esperaba. -Volviendo al trabajo de director: hay que tener enormes cualidades para elegir, para imaginar escenas y después poder plasmarlas; es algo muy complejo. Yo no sé si todo el mundo tiene conciencia de lo que significa la dirección... -Me he dado cuenta de que la gente en general advierte sólo aspectos parciales de esta tarea tan compleja.

-En tu caso por ejemplo, ¿cómo aparece el hecho artístico en tu mente? ¿Se va armando de manera ordenada? -A veces, y a veces es muy caótico. Hay casos en que para ese punto de partida, para imaginar lo que finalmente será una película, una obra de teatro o una ópera, tenés puntos de referencia, tenés un libreto o una partitura a partir de los cuales arrancás. Hay otras ocasiones, sobre todo con las películas, en que el punto de referencia puede directamente no existir; la historia la vas armando, estructurando a medida que avanzás. Pero todos los casos se unen en la culminación: estar sentado en una platea viendo eso que imaginaste, para lo cual necesitaste una cantidad de pasos y de intermediarios, ir explicando a mucha gente con muy diferentes tareas lo que necesitás, lo que imaginás, lo que querés, en algunos casos con mecanismos y lenguajes diferentes, porque cada uno de tus interlocutores requiere una forma distinta de llegarle para conseguir que se incorpore y que viva como propio el proyecto.

-También te han pasado cosas excepcionales en televisión, como poder hacer los grandes clásicos con gente súper talentosa, con una calidad que todavía se recuerda. -No sé si recuerda... -Claro que se recuerda. -Muy poca gente. De vez en cuando me encuentro con alguien, con algún crítico importante como Pablo Zunino, que me ha dicho “yo leí tal libro gracias a que lo vi en las ‘Grandes novelas’ hecho por vos”. Bueno, cuando escucho eso me emociono, porque era parte de lo que en aquel momento pensaba: “A lo mejor viendo esto a alguien le dan ganas de leerlo”. Ahora, vos te das cuenta la carcajada que lanzaría un directivo de televisión si hoy le propusieran hacer un programa como ese.

-Lo que sé es que esos grandes clásicos en la televisión fueron un ciclo increíble. Y además de ese trabajo, en cine hiciste ‘La tregua’, la primera película en español nominada al Oscar: una cosa impresionante. -Mirá, por fantasioso o ambicioso que sea, jamás me imaginé lo que iba a pasar con esa película. Esos debuts, el de las “Grandes novelas”; “Las criadas” en teatro, que mucha gente lo vivió como un antes y un después, con Bidart más Alterio y Brandoni que hacían de mujeres; con “La Tregua” y con “Manón”... esos debuts tan exitosos, junto con lo que tienen de gratificante tienen algo de paralizante, porque sentís una demanda: ¿y después qué? Y mucha gente te lo hace sentir: “¡Si esa fue la primera...!”.

-Y te tocó, cuando fuiste a la ceremonia de los Oscar como director nominado, conocer y hablar de igual a igual con directores que admirabas. -Sí, en la ceremonia de los Oscar tuve muchos momentos emocionantes. Quizás, si tengo que elegir uno, me referiría a un almuerzo con la Asociación de Directores de Cine, que te diría que fue divertido. Estábamos sentados, cada uno con su nombre en su lugar, y cuando terminó la comida se puso de pie uno de los señores que integraban la mesa y dijo: “Quiero darles la bienvenida en nombre de la Asociación de Directores; mi nombre es Frank Capra, yo llegué a Estados Unidos desde Italia...”, y empezó a contar su vida. Yo pensaba: ¿es joda esto?, ¿él supone que no sabemos quién es? Y después propuso que cada uno contara lo que había hecho; entonces se levantaron Howard Hawks, William Wyler, y cada uno de ellos fue diciendo: “Bueno, yo soy fulano, hice 2.500 películas...”. Cuando me tocó a mí, me levanté y dije “soy Sergio Renán, soy argentino, hice una película”, y fue una carcajada general, creyeron que era un chiste. No sé qué habrá ocurrido después, pero en aquel momento era el primer caso de alguien nominado por su primera película.

-Vale la aclaración de que la película con la que perdiste fue “Amarcord”, de Fellini, nada menos. -Sí. Muchas veces, cuando se habla de la justicia o la injusticia de un premio, se particulariza la mirada en los méritos o defectos de esa película, pero no se tiene en cuenta con quiénes competía, porque si tenés la mala suerte de que ese año te toque Bergman, Fellini o Truffaut...

-Pasemos ahora a tu filmografía como actor, que es vastísima. Por ejemplo, se recuerda mucho tu personaje del “rufián melancólico” en “Los siete locos”. -Es curioso, porque yo he filmado unas cuántas películas como protagonista absoluto, pero el papel del “rufián melancólico”, aunque no fue un protagónico, tiene una innegable presencia en el recuerdo de mucha gente, más que otros con los que estuve todo el tiempo en escena. Creo que tiene que ver con una cualidad mágica que tiene ese personaje, que da mucho para imaginar, inaprensible. Y volviendo al machismo, es cierto también que resume una cantidad enorme de fantasías masculinas, y también femeninas.




-Ya que hablamos de machismo y de feminismo, me encantaría preguntarte, porque creo que sos un conocedor del género femenino, si compartís la visión de los hombres que dicen no entender a las mujeres. -Mirá, para mí las mujeres son la razón de nuestra presencia en la tierra. Nada de lo que venimos hablando, ni la poesía, ni la música, ni Beethoven, ni los libros de Dostoievsky me apasionan tanto como la figura de la mujer, desde chico. La figura de la mujer no es una figura, es una serie de figuras que representan la espiritualidad, el refinamiento, la delicadeza, el sexo salvaje.
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