La siguiente nota no tiene desperdicio; por la nota en sí, que parece una apología del delito y el hilo de comentarios que le siguieron en su fuente original, El Universal
El texano rubio y de ojos claros creó su propia leyenda: la de un sicario, un profesional de la violencia que escaló todos los niveles hasta convertirse en uno de los capos más buscados por los gobiernos de México y de Estados Unidos.
Édgar Valdez Villarreal La Barbie —detenido ayer— llegó a ser uno de los hombres de confianza de Joaquín El Chapo Guzmán, pero en la lucha por el control de territorios para el trasiego de drogas creyó tener el poder para independizarse, y al iniciar 2010 pretendió liderar, a los 37 años, su propia organización, a la que llamó cártel de la Sierra del Sur.
Renunciar a la protección del jefe del cártel de Sinaloa hizo perder a La Barbie su bastión de poder: desde zonas como Naucalpan en el estado de México, pasando por comunidades de Morelos y hasta la costa de Guerrero, donde Acapulco y Zihuatanejo eran territorios bajo su control.
El corrido del hombre por el que Estados Unidos ofrecía 2 millones de dólares de recompensa, deja en claro que el objetivo del capo era encumbrarse:
“Cruzó la frontera aspirando a ser el grande, a ser el rey, Arturo Beltrán lo apoyó y empezó a comprar la ley (…) ese muñeco afamado, lo empezó a demostrar con la astucia que ha tenido, se propuso a eliminar a la gente de la contra, uno a uno a terminar”.
La letra reseña también la relación con los Beltrán Leyva, que le permitió llegar a ser clave en la organización de El Chapo, pero que con la división entre ambos bandos, lo hizo buscar consolidar su propio mito, lejos de los narcos que le dieron poder… hasta traicionar a ambos bandos.
Antes de su caída, junto con las estrofas del corrido que lleva su nombre, aparecen imágenes de ejecutados, balaceras y narcomensajes.
La Barbie se atribuyó en su historial delictivo ser el primer capo que ordenó la decapitación de mandos policiacos en Guerrero en 2006 para exhibirlos públicamente, con lo que imprimió su sello de violencia que otros replicarían en los últimos años.
Ayer terminó el mito del adolescente que se alquiló como asesino a sueldo en el cártel de Sinaloa, y llegó a ser el jefe de sicarios de los hermanos Beltrán Leyva gracias a su habilidad para reclutar entre sus colaboradores a militares, policías y agentes federales.
De sicario a capo
La información de inteligencia describe a Valdez Villarreal como un hombre a quien le gusta de la ropa fina, la compañía de mujeres bellas y que es extremadamente violento.
Originario de Laredo, Texas, desde muy joven se incorporó a las filas del cártel de Sinaloa, escalando posiciones. Pasó de ser un simple sicario al “brazo ejecutor” de Joaquín El Chapo Guzmán, que ordenó secuestros y asesinatos de los enemigos.
Fue el autor del secuestro en 2006 de cuatro sicarios del grupo de Los Zetas, del cártel del Golfo, quienes fueron videograbados durante un interrogatorio y culminó con la ejecución de una de las víctimas. Todo para vengar el plagio y la ejecución de su hermano Armando Valdez, quien era uno de sus principales colaboradores.
Valdez Villarreal se convirtió en uno de los mariscales de campo en la guerra que el cártel de Sinaloa libró en varios frentes contra el cártel del Golfo y su —entonces— brazo armado, Los Zetas. Primero, según la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA), peleó contra Los Zetas por la plaza de Nuevo Laredo. Más tarde libró sangrientas batallas para logar el control del puerto de Acapulco, en Guerrero.
El Texano nació el 11 de agosto de 1973. Muy joven fue contratado por Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, —abatido en diciembre de 2009— para integrarse al grupo de sicarios de la organización de El Chapo, donde se destacó por su efectividad para eliminar a los rivales, que le valió el ascenso a jefe de sicarios, puesto desde el que contrató lo mismo a integrantes de la pandilla Mara Salvatrucha, así como a guerrilleros colombianos y funcionarios de diversos rangos.
El texano rubio y de ojos claros creó su propia leyenda: la de un sicario, un profesional de la violencia que escaló todos los niveles hasta convertirse en uno de los capos más buscados por los gobiernos de México y de Estados Unidos.
Édgar Valdez Villarreal La Barbie —detenido ayer— llegó a ser uno de los hombres de confianza de Joaquín El Chapo Guzmán, pero en la lucha por el control de territorios para el trasiego de drogas creyó tener el poder para independizarse, y al iniciar 2010 pretendió liderar, a los 37 años, su propia organización, a la que llamó cártel de la Sierra del Sur.
Renunciar a la protección del jefe del cártel de Sinaloa hizo perder a La Barbie su bastión de poder: desde zonas como Naucalpan en el estado de México, pasando por comunidades de Morelos y hasta la costa de Guerrero, donde Acapulco y Zihuatanejo eran territorios bajo su control.
El corrido del hombre por el que Estados Unidos ofrecía 2 millones de dólares de recompensa, deja en claro que el objetivo del capo era encumbrarse:
“Cruzó la frontera aspirando a ser el grande, a ser el rey, Arturo Beltrán lo apoyó y empezó a comprar la ley (…) ese muñeco afamado, lo empezó a demostrar con la astucia que ha tenido, se propuso a eliminar a la gente de la contra, uno a uno a terminar”.
La letra reseña también la relación con los Beltrán Leyva, que le permitió llegar a ser clave en la organización de El Chapo, pero que con la división entre ambos bandos, lo hizo buscar consolidar su propio mito, lejos de los narcos que le dieron poder… hasta traicionar a ambos bandos.
Antes de su caída, junto con las estrofas del corrido que lleva su nombre, aparecen imágenes de ejecutados, balaceras y narcomensajes.
La Barbie se atribuyó en su historial delictivo ser el primer capo que ordenó la decapitación de mandos policiacos en Guerrero en 2006 para exhibirlos públicamente, con lo que imprimió su sello de violencia que otros replicarían en los últimos años.
Ayer terminó el mito del adolescente que se alquiló como asesino a sueldo en el cártel de Sinaloa, y llegó a ser el jefe de sicarios de los hermanos Beltrán Leyva gracias a su habilidad para reclutar entre sus colaboradores a militares, policías y agentes federales.
De sicario a capo
La información de inteligencia describe a Valdez Villarreal como un hombre a quien le gusta de la ropa fina, la compañía de mujeres bellas y que es extremadamente violento.
Originario de Laredo, Texas, desde muy joven se incorporó a las filas del cártel de Sinaloa, escalando posiciones. Pasó de ser un simple sicario al “brazo ejecutor” de Joaquín El Chapo Guzmán, que ordenó secuestros y asesinatos de los enemigos.
Fue el autor del secuestro en 2006 de cuatro sicarios del grupo de Los Zetas, del cártel del Golfo, quienes fueron videograbados durante un interrogatorio y culminó con la ejecución de una de las víctimas. Todo para vengar el plagio y la ejecución de su hermano Armando Valdez, quien era uno de sus principales colaboradores.
Valdez Villarreal se convirtió en uno de los mariscales de campo en la guerra que el cártel de Sinaloa libró en varios frentes contra el cártel del Golfo y su —entonces— brazo armado, Los Zetas. Primero, según la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA), peleó contra Los Zetas por la plaza de Nuevo Laredo. Más tarde libró sangrientas batallas para logar el control del puerto de Acapulco, en Guerrero.
El Texano nació el 11 de agosto de 1973. Muy joven fue contratado por Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, —abatido en diciembre de 2009— para integrarse al grupo de sicarios de la organización de El Chapo, donde se destacó por su efectividad para eliminar a los rivales, que le valió el ascenso a jefe de sicarios, puesto desde el que contrató lo mismo a integrantes de la pandilla Mara Salvatrucha, así como a guerrilleros colombianos y funcionarios de diversos rangos.
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