Javier Quiñonez
Javier Quiñonez
Este frío me hace pensar que el infierno no es caliente: que si Dante no imaginó uno de témpanos y estalactitas debe ser porque describió la morada del Mal bajo el benigno clima de Florencia y no en el Delicias de estos días. Atacó dos cruciales transformadores de Samalayucan y así consiguió dejar a medio Chihuahua en tinieblas. Dos días nos dejó sin luz. Me pareció escuchar que muchas familias estaban enfurecidas por las dificultades de una convivencia sin tele, y que en las calles, adolescentes ciberadictos abuchearon a los camiones de la CFE. Casi me mata a mí, en verdad. Resulta que despues la note justo enfrente de la “puerta” -un mero simulacro -, y allí mismo me sorprendió el aire helado. Entró por las fisuras que de pronto resultaron ser grietas gigantescas, mientras escribía un reporte; cuando al fin reaccioné era casi demasiado tarde, no podía controlar la temblorina. Entonces hice lo peor: cubrí con una sábana la puerta, como si la telita tuviera los súper poderes de la capa de Batman y pudiera detener al letal asesino. Tal error me llevó a más minutos entre los cuatro chifloncillos burladores de la puerta, hasta que, ya en punto de congelación absoluta, comprendí que no podía seguir así; ningún deber podría obligarme a transmutar en paleta.
Las mismas plantas fueron cegadas durante la noche fatal del jueves por el soplo maléfico. Las begonias y las julietas de los porches, los resistentes geranios, todas fueron cayendo al paso de las horas. Cactus de cuarenta años vencieron su altivez ante el frío implacable. La bugambilia de la ventana había resistido al invierno, hasta flores echó hace una semana; las hojas lucen ahora como si las hubiesen rociado con lanzallamas. No he querido saber cómo les fue a los animales silvestres. Al ver esta mañana de sábado un chirulo, quedé admirado y agradecido, sin entender que pudiera sobrevivir a los diecisiete bajo cero que escuché decir a alguien. Los perros flacos y los cachorros de la calle... Los pájaros de la plaza también. Los indigentes. Los inmortales vagabundos: ¿cómo habrán sobrevivido esta vez? En la ciudad flota un ambiente de desastre. Aquí en Lotes Urbanos contamos en una calle diez coches con un charco abajo del radiador. Me platican que las ferreterías no se dan abasto con tantos clientes que necesitan reparar las tuberías de sus casas.
Dicen que regresará el martes. Seguramente nos hallará menos desprevenidos.
DARÍO, EL LUCHADOR
Pocos saben que Darío Ogaz Valles fue en su juventud un luchador que se hacía llamar “El Pequeño Ciclón”. La mayor parte de su vida trabajó como reportero; evolucionado en periodista, al paso de los años se convirtió -cosa nada rara en este oficio- en un escritor. No por cierto uno culterano sino otro de vena popular. Escribe para ser entendido por cualquiera: el abarrotero, el maistro de obras, el jornalero y hasta los políticos.
La virtud principal de sus dos libritos: “Delicias de relatos” (Delicias, 2008) y “Con sabor a desierto” (Delicias, s/f), radica en el humor. El autor se propone hacernos reír a los delicienses, y lo consigue porque nos hace cómplices. ¿Que cómo consigue la complicidad del lector Darío? Mediante la artimaña de lo coloquial por excelencia: el chisme, esa literatura oral de lo anecdótico. Los libros abundan en sucedidos curiosos, risibles unos y otros fantásticos, ocurridos más o menos como Darío los cuenta, en el mundillo del periodismo y la política. El cebo es el brevísimo pasado de Delicias; y consiste la satisfacción de los pescados en que nos emociona ver a conocidos haciendo el ridículo y lo sublime, conducirse de un modo absurdo o heroico, ser generosos o mezquinos.
La historia viva es la que vivimos, nos contamos las personas de carne y hueso cuando conjuramos el paso inexorable del tiempo, y enseguida se lleva el viento. Darío la recolecta y nos la regala en sus libros.

HIPÓTESIS BIBLIOFÓBICAS
¿Por qué cerrarán las bibliotecas los domingos, precisamente cuando disponemos de más tiempo libre los lectores?
Hipótesis 1: Porque su funcionamiento no está planeado en función de los lectores (¿darán por supuesto los funcionarios que tenemos la obligación de usar “normalmente” ese día, por ejemplo viendo tele o comiendo cacahuates en un campo de beis?).
Hipótesis 2: Nos echan a la calle desde el mediodía del sábado porque quieren que no nos confundamos: el modo normal de aprovechar los sábados es yendo al antro (leer los fines de semana es muuuy negativo y crea hábitos antisociales -dicen).
Hipótesis 3: Nos impiden acudir a las bibliotecas los domingos para que no olvidemos los placeres de levantarnos muy tarde, curarnos la cruda, ir a una o dos misas, platicar de nada durante horas o dar vueltas interminablemente en la Tercera. (¿Todavía lo harán los que tienen coche?)
MORALEJA. Al inefable Sindicato siempre ocupadísimo en Asuntos Elevados podría ocurrírsele tomar al toro innovador por los cuernos e inventar la Biblioteca 24 horas (y/o cuando menos 7 días de la semana). Podría el Sindicato gestionarles horas extras, tal vez conseguirles una placita adicional y a cambio apoyar una rotación de los trabajadores adecuada al edificante objetivo. Y las autoridades edilicias proponer un programa con prestadores de servicio y voluntarios, al fin de abrir las bibliotecas todos los días del año.
En fin.
MORRALLA

En concurrido Oxxo de Ciudad Delicias hallamos a dos ex miembros del grupo bejaranista, Luis Armando y Manuel Gándara, en animada charla sobre yeguas, pasturas y otras cosas del campo...
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