• A dos meses de su toma de posesión, el gobernador César Duarte no ha conseguido revertir las “fallas del sistema de justicia” que antes criticó
 
 “El crimen y la violencia en México y en Chihuahua han convertido la esperanza en incertidumbre y la tranquilidad en miedo. La gente se siente indefensa, vive en el desamparo ante una autoridad que ha sido incapaz de protegerla.
“A pesar de la gravedad de los acontecimientos, no podemos permitir que la gente tome la justicia en sus propias manos, es un síntoma de desesperación y de fallas evidentes del sistema de justicia”.
Si le preguntara quién dijo esas palabras tan duras como ciertas, probablemente pensaría en un activista ciudadano contra la inseguridad, o tal vez en un líder opositor al partido que gobierna en Chihuahua, o incluso parecería el discurso de un analista crítico con la situación de caos y violencia que desde hace ya varios años padece ese estado de la república; pues no, las palabras son del mismo gobernador César Duarte, quien es hoy el responsable de brindar seguridad a los atribulados chihuahueneses. Las pronunció hace casi dos meses, el mismo día que tomó posesión de la gubernatura, cuando prometía un cambio en su caótico estado, que se vería, dijo, en un año.
La grandilocuencia del mandatario priísta no ha tenido ninguna correspondencia con los hechos.
No sólo han seguido la violencia, el miedo y la incertidumbre para muchos chihuahuenses que él veía en la desesperanza, sino que en los dos meses que se cumplen esta semana desde que hizo sus promesas la situación en Chihuahua se ha agravado y han ocurrido asesinatos, masacres y acciones del crimen organizado que demuestran que no sólo no le creen al nuevo gobernador, sino que no le tienen el más mínimo respeto.
Asaltos de delincuentes al centro operativo de la Policía Estatal, ejecuciones violentas, masivas o individuales, sin freno, tiroteos callejeros, y el colmo, el asesinato de una señora, Marisela Escobedo, a la que matan justo enfrente del despacho del gobernador, quien se había negado a escuchar y atender las peticiones de apoyo que hacía esta mujer para que se detuviera a los asesinos de su hija.
Ahí, a las puertas del Palacio de Gobierno, indefensa y sin una autoridad que la dejó “en el desamparo” y un gobernante que fue “incapaz de protegerla” —para usar las mismas palabras del gobernador Duarte—, quedó tendido el cuerpo de una ciudadana cuyo único delito fue exigir justicia.
Ayer, el ex zar antidrogas de Estados Unidos, Barry McCaffrey hizo declaraciones sobre la violencia y la inseguridad en que vive Ciudad Juárez y la comparó con el nivel de caos y anarquía que se vive en Afganistán. Las palabras del general y ex funcionario de Washington molestaron a las autoridades municipales y del Estado que rechazaron la comparación, aunque la realidad termina dando la razón a McCafrey.
Ayer por la mañana un comando armado ingresó a las instalaciones de la Cruz Roja para terminar de asesinar a mansalva a una persona que antes hirieron en un atentado y fue trasladada a la institución de salud.
Habría que ver cuántas veces en Afganistán, en Kabul —la ciudad que comparó McCaffrey con Juárez—, los combatientes estadounidenses y talibanes ingresaron a instalaciones de la Cruz Roja para rematar heridos, en un hecho que claramente habla del desafío y el desprecio y el nulo temor que las autoridades les inspiran a los criminales.
“El día de hoy iniciamos con el camino para recuperar la paz en Chihuahua”, dijo el 5 de octubre del año pasado el gobernador César Duarte, que entonces se proponía públicamente “vencer a los verdaderos enemigos de la entidad: el crimen, la impunidad, la pobreza, la desigualdad, la corrupción y la marginación en los diversos pueblos indígenas”.
Esperamos que algo haya hecho ya contra la marginación de los indígenas y la pobreza en su estado, porque los otros “enemigos” se siguen riendo de él, y en su cara.

Serpientes y Escaleras | Salvador García Soto EL UNIVERSAL
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